Pocos eventos fueron tan determinantes para el devenir de la sociedad humana como el “científico error” de Cristóbal Colón cuando el 12 de octubre de 1492 llegaba a una isla hasta entonces desconocida. El genovés creyó haber cumplido con su empresa de llegar a las Indias orientales por el océano atlántico circunnavegando el globo terrestre. Sin embargo, la hazaña que había realizado era mucho mayor de lo esperado: había descubierto un nuevo continente.
Esta casualidad histórica permitió a la Monarquía Española —de la que ya se puede hablar propiamente como tal— conquistar una hegemonía hasta entonces nunca vista. Algo inimaginable para el resto de los reinos feudales del viejo continente.
A aquel primer viaje le sucedieron otros tantos. Las mercancías empezaron a moverse de un lado al otro del océano, y en solo diez años —de 1492 a 1502— ya se podía trazar un mapa, no solo de las islas caribeñas (las Lucayas, las Antillas, La Española, Cuba, Jamaica, Puerto Rico, etc.), sino también continental desde el paralelo 34, al sur de Brasil, hasta El Labrador, la actual Canadá.
Se fundaron cientos de ciudades y poblaciones, se invirtieron millones de reales de la época en crear una infraestructura que permitió a España extraer todos los recursos de sus nuevas tierras. En cien años se recorrió el Nuevo Mundo de este a oeste, se circunnavegó el globo y se atravesó el continente americano hasta llegar al océano Pacifico (1542). Ello dio fin a la intención inicial de Colón cincuenta años después de su descubrimiento. Para cuando Felipe III subió al trono español, no había tierra americana, donde la naturaleza lo permitiera, que no albergase un asentamiento o colonia española.
Entre el genocidio y la epopeya
El periodo de la conquista americana a menudo se ve como un tiempo de robo, pillaje, saqueo e incluso genocidio. De igual forma, hay una clara tendencia a pensar en la colonización como un “fenómeno” movido por la avaricia, la aventura y el deseo de una épica gesta que perdurase en la historia. Estas afirmaciones no estarían del todo desencaminadas si se piensa en la conquista y posterior colonización como la gran hazaña de un grupo de hombres, como serían los primeros conquistadores españoles. No así, tomarlas como verdaderas sería pasar por alto el potente entramado jurídico-político, científico, económico y material que se puso en marcha para poder llevar a fin un proceso de tales magnitudes. Un aparato de tal calibre no se pone en marcha por avaricia o con el mero fin de saquear.
Del mismo modo, afirmar que la colonización fue un proceso pacífico estaría tan alejado de la verdad histórica como afirmar lo opuesto.
El impulso material y social y el propio intercambio cultural a consecuencia de la conquista de América permitió que en España se desarrollase un mercantilismo proto capitalista que hizo del Imperio la primera potencia mundial de la historia. Para comprender este proceso no se puede caer en el maniqueísmo ni seguir la moral actual imperante para juzgar esos eventos.
Los nativos en el imperio
Los abusos de los conquistadores son hechos conocidos, gracias a personas como fray Bartolomé de las Casas. Cronista cuyo testimonio ha sido usado para legitimar la leyenda negra sobre la colonización. No así, las leyes, decretos y afirmaciones doctrinales permiten conocer con escaso margen de error la concepción que se tenía de los nativos y cómo debían ser tratados.
Tal puede ser el caso de las llamadas Leyes de Burgos de 1512, dictaminadas tras una Junta en el Convento de San Pablo de Burgos. De acuerdo con ellas, los indígenas pasaron a considerarse vasallos libres de igual condición que los españoles, prohibiendo expresamente el maltrato de obra y palabra contra ellos, y así la esclavitud.
Algo que diferencia al caso español de otros imperios coloniales como el británico o el francés.
La existencia de esos textos jurídicos no garantiza, sin embargo, que se diese una situación idílica. Hay que comprender que muchas veces las leyes son una simple declaración de intenciones, más que hechos de obligado cumplimiento. Y aunque se prohibió la esclavitud de los indios, en 1501 Isabel la Católica autorizó el traslado de esclavos africanos hacia el continente. El tráfico a gran escala de esclavos no tendría comienzo hasta 1518, de mano de alemanes, holandeses y portugueses.
La envergadura de la obra española en las Indias occidentales es aún difícil de medir. Aunque sí puede tenerse claro que la expansión lingüística y la cristianización fueron fundamentales. Al no buscarse sistemáticamente la destrucción, la segregación ni la aniquilación de la población indígena, sino su asimilación, la masa de mestizos era mayoritaria en las colonias, la fusión con sus costumbres y culturas fue un hecho. Ese intercambio cultural dio pie a la consolidación de regiones que acabarían reivindicándose como naciones.
La posterior independencia no llegaría hasta el declinar de la hegemonía española. Renegar del legado español, sea en aquella orilla o desde esta, es renegar de su historia y de parte importante de su identidad actual.
La Historia hoy
Desde luego quedan en el tintero multitud de eventos y datos que pueden arrojar luz sobre el descubrimiento de América y su colonización, pero para el fin de este artículo no hace falta más que lo expresado.
La historia, como hacer humano, ni es buena ni es mala. Se ve atravesada por el interés de determinados grupos sociales dominantes que imprimen en el desarrollo de la sociedad su sello. La historia hay que conocerla, estudiarla y extraer de ella enseñanzas. Juzgarla desde la perspectiva actual no va a cambiar el pasado.
Las ucronías no ayudan a la hora de debatir sobre hechos tan determinantes como la era de los descubrimientos. La Historia no deja de ser una ciencia y en ella prevalecen los hechos demostrados científicamente que contribuyen a la comprensión y el conocimiento del pasado. No para cambiar ese pasado, sino para aprender de él.
J de Acero