La Feria ARCOmadrid cerró ayer sus puertas con un suculento optimismo por parte de los organizadores y los coleccionistas. Aún inmersos en la pandemia, el objetivo de esta edición era claro: reavivar la economía del mercado artístico.
Con más de 250 coleccionistas internacionales y la presencia de patronos, miembros de museos y más de 20.000 profesionales, ARCO cierra sus puertas de manera satisfactoria.
Esta edición, las dos portadas clave han sido, por un lado, el mural de Bad Bunny que reza ‘Yo perreo sola’, siguiendo el título de uno de sus temas y, por otro, el Guernica de Agustín Ibarrola, adquirido por el Museo de Bellas Artes de Bilbao.
A las ferias de arte contemporáneo, en concreto a ARCO, se les puede achacar su hermeticidad. De primeras, el coste de la entrada, en otrno los 40€, es un impedimento para gran parte de la población, por lo que muchas personas sólo disfrutan de esta experiencia a través de las redes. Por otra parte, ¿quién sabe de arte contemporáneo? En el circo que ha resultado ser la democratización de la cultura resulta que el arte contemporáneo es algo que está ahí, pero la población general no se ve integrada en su desarrollo. Ni siquiera muchos de los coleccionistas que invierten —y especulan— tienen la más remota idea de lo que compran, por eso existe la figura del marchante o el asesor, que es el verdadero encargado de las colecciones de estas fortunas y parte del público de estos eventos.
Sin embargo, este año la crítica en redes no ha virado en esa dirección, sino que ha señalado el poco «aprecio» de las grandes galerías por las mujeres. Según el estudio del mercado de arte de 2020 publicado por Art Basel y UBS, en el año de pandemia la representación femenina en subastas y galerías fue del 39%, frente el 41% de 2019. En el caso de ARCO, se contó con la presencia de grandes galerías como Marlborough Madrid en representación de 16 artistas, de los cuales sólo 2 son mujeres, o el caso de Elvira González, con 33 artistas, de los cuales, sólo 6 son mujeres. La tendencia es clara: a las grandes galerías no les gustan las mujeres.
Ello no es, sin embargo, por mala calidad. Este estancamiento en la tan reivindicada paridad en el ámbito artístico, después de exposiciones y todo un círculo de conferencias y publicaciones en torno a la figura de la mujer en el arte resulta una consecuencia de mala praxis. Ya Linda Nochlin, en 1971, lo manifestó —parafraseándola—: no se trata de lanzar una lista de nombres de célebres mujeres de la historia del arte, sino de comprender por qué esas mujeres han sido relegadas al olvido.
La metodología histórico-artística no va a cambiar porque se hagan monografías de mujeres o exposiciones centradas en la cuestión. Ni mucho menos lo hará la crítica o el mercado. Esta ola de nombres pasará sin pena ni gloria, añadiendo a esas mujeres a los catálogos no por una valoración real de sus aportaciones a la historia del arte, sino como un cupo que llenar. Es crear un trampantojo que finja un cambio real.
ARCO supone una eficaz forma de medir la situación del arte en la actualidad. De entre todas las polémicas que puedan nacer en torno a estas ferias, ninguna señala la notable presencia de la empresa privada en ellas. Tal puede ser el caso de DKV Seguros o Cervezas Alhambra, que este año ha hecho su habitual entrega de premios. Se entiende, entonces, que estamos ante un escaparate en el que las fortunas hacen gala de su poder adquisitivo.
El caso del artista y de su creación es más complejo. La atomización del arte desde los setenta, la práctica inexistencia de estilos en los que agrupar a los artistas, hace imposible hablar de corrientes que marquen una tendencia. El acto de crear es prácticamente instintivo y, su estudio, una carrera de obstáculos en busca de la teoría menos equivocada. La no consecución o evolución de corrientes y movimientos, sino el cambio de actitudes individuales, proyecta un estancamiento del arte contemporáneo.
El mosaico que deja ARCO no dista de lo visto otros años. El arte sigue moviéndose en las élites porque, aun en tiempos de crisis, es la que sigue teniendo el beneficio y privilegio de comprarlo. Deja abierta la puerta a pensar que la división de alta y baja cultura no se trata tanto de la calidad, sino de quién la consume. Por lo que ARCO, en ese afán de distinción de la clase dominante, no sería más que un escalón en el camino a la exclusividad absoluta.