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Cultura del botellón: la asignatura pendiente de España

Cada vez los jóvenes comienzan a consumir alcohol antes, en ello tienen gran influencia los medios de comunicación y las instituciones, que no dan alternativas de un ocio sano.

Imagen ilustrativa. Julia Nastogadka.

En España, el consumo de alcohol está completamente normalizado. Es difícil imaginar una tarde de amigos sin que involucre un bar, un par de cervezas o alguna que otra copa. Pese a que tomarse una cerveza de vez en cuando pueda parecer algo sin importancia, el problema viene cuando descubrimos que el consumo de alcohol es cada vez más prematuro.

 

Según estadísticas del Ministerio de Sanidad, la edad media de inicio de consumo de alcohol está en los 13 años.

En España, la edad legal para la venta de alcohol está en los 18 años. Si uno hace memoria pronto se descubre recordando algún caso en el que algún adulto compró alcohol para un menor. Dentro de esta irresponsabilidad, que vendría a explicar cómo es posible que se dé este consumo prematuro, no se trata de señalar a nadie, sino de comprender su origen.

Un hecho social

Fue en la Ley 34/1988 donde se prohibió la publicidad de alcohol de más de 20 grados, dejando al margen las cervezas y sidras. Ello no impide, sin embargo, la presencia del alcohol en la mayoría de los contenidos audiovisuales que los adolescentes consumen.

 

Aunque una de las series más características a este respecto fue ‘Física o Química’ —o ‘Skins’ en el caso británico—, es un ejemplo demasiado lejano en el tiempo a los adolescentes de hoy y a cómo consumen series y películas. Entonces, habría que abrir el catálogo de cualquier plataforma de streaming para encontrar ejemplos semejantes, como ‘Élite’.

Analizando los diversos ejemplos, pronto uno se da cuenta de que son adolescentes, sí, pero muy mayores. Aquí confluyen dos factores: la representación de adolescentes casi adultos da, precisamente, una imagen de falsa adultez que no incomoda al espectador cuando les ve consumiendo alcohol o drogas o manteniendo relaciones sexuales. Y, por otro lado, representar a un adolescente de trece años es difícil.

 

En sí la adolescencia es una etapa complicada, no se es un niño, pero tampoco un adulto. Y es ese deseo de adultez e independencia lo que prima en el pronto inicio en el consumo de alcohol.

En el ámbito familiar, el adolescente quiere reconocerse y que le reconozcan como una persona madura en la que se puede confiar. Es normal ver la primera curiosidad sobre el alcohol con los padres, que muchas veces ceden porque «prefieren que la primera sea con ellos».

En el ámbito extrafamiliar, ese reconocimiento es un “estatus” al que muchos aspiran porque se considera una puerta a nuevas y exóticas experiencias. Tan pronto como asistan al primer botellón entrarán en un mundo lleno de falsas expectativas, tanto por las experiencias que uno imagina, como por las relaciones que uno espera forjar. En ese ámbito confluyen tanto los adolescentes que, como ellos, buscan ese reconocimiento de madurez, como los ya adultos que buscan reforzar esa actitud para conseguir un beneficio propio, normalmente sexual.

El botellón no es más que una burbuja llena de mentiras y falsas expectativas que en el mejor de los casos acaba siendo una etapa por la que se pasa sin pena ni gloria. En el peor, acaba haciendo estragos en la salud del adolescente, bien sea física o mental.

 

El alcohol es otro de los múltiples opios de los que el capital se beneficia para alcanzar la mercantilización máxima de las personas. El botellón se convierte en el escenario del que se vale el sistema para perpetuar el consumo inmediato de otros individuos, la búsqueda del beneficio propio y la falsa idea de creación de lazos, cuando la realidad es que nadie a quien conozcas en un botellón se acordará de quién eres al cabo de unas horas.

Otros medios de ocio y el papel de las instituciones

Claro que los medios de comunicación no son la única causa. Que el botellón se plantee como el modo de ocio más inmediato y socorrido —ya vimos lo que pasó nada más acabar el Estado de Alarma—, o incluso el preferido, es consecuencia de la “ausencia” de otro tipo de entretenimiento.

 

Ahora bien, ¿realmente faltan otros medios de ocio o no se fomentan? En España podemos estar orgullosos de tener una oferta cultural amplia, sin embargo, no es accesible para todos. Con frecuencia, las exposiciones temporales, musicales o teatros se alojan en grandes capitales, igual que los grandes museos. A ello, por supuesto, se suma el precio, que no es accesible para todos, sobre todo si hay que contar con gastos de transporte. Otros museos o centros culturales fuera de las capitales, por lo general, no tienen la financiación para promocionarse al nivel de otras instituciones.

En ese fallo de difusión de la cultura también entra en juego el no saber cómo comunicarse con adolescentes. Se suele caer en el error de hablar con condescendencia o paternalismo a alguien sólo por su edad, en este caso, por ser adolescentes. No se puede olvidar que son personas con gustos e intereses, y el modo de incentivarles a ello no es hablarles como si no tuvieran criterio.

Lo mismo ocurriría con la lectura, incluso podría decirse que hay un cierto estigma sobre quien tiene como afición la lectura. Y en el caso de incentivarla, normalmente se apela a la compra de libros más que a ir a bibliotecas públicas. De nuevo, el ocio se proyecta a un modelo consumista, a instaurar la necesidad de gastar dinero.

Ese mismo espíritu consumista se desplaza a los deportes. La afición a cualquiera de ellos se ve dirigida al consumo mediante la visualización de partidos, videojuegos o las apuestas. Siendo esta última una práctica en la que cada vez más jóvenes de clase trabajadora se ven envueltos, suponiendo un ciclo del que es muy difícil salir.

Del mismo modo, la práctica deportiva, de forma popular, queda relegada a lo profesional o a querer perder peso. Se antepone cualquier pretexto a la mera idea de considerar el deporte una forma de entretenimiento más.

 

En definitiva, que el botellón esté tan arraigado entre los jóvenes una consecuencia de la voracidad del capitalismo y su necesidad de crear individuos despersonalizados. Otra forma más de deshumanizar al hombre mediante el consumo compulsivo y su inevitable autodestrucción.

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