El concepto «poliamor» alude a un grupo de personas que mantienen una relación afectiva, íntima, emocional y sexual entre ellas de forma duradera y simultánea. Para los poliamorosos, el amor no tiene por qué estar centrado en una única persona, sino que se “reparte” entre todas las personas que conforman la relación. Defienden que cuando estás con alguien, quieres a esa persona y quieres lo mejor para ella, esto puede incluir el ampliar su vida sentimental.
Pese al desconocimiento de una gran parte de la sociedad, no parece tan extraño para la juventud. El Observatorio de Consumo Joven en España realizó una encuesta a jóvenes de entre 18 y 30 años donde se revela que un 25% no sólo lo conoce, sino que cree en el poliamor y tendría una relación de este tipo.
En la industria cultural son cada vez más las empresas que usan este concepto para producir contenido, mostrando el poliamor como algo divertido, sano y apto para todos lo públicos. Comedias como Tú, yo y ella de Netflix, sobre una pareja enamorada de una tercera persona; o la recién estrenada Poliamor para principiantes, se suman a sacar a la luz este tema, por supuesto, sin rastro de crítica. Además, actores y figuras públicas del mundo de Hollywood también se suman a esta especie de moda, como Scarlett Johansson declarando que la exclusividad “no es natural” o Bella Throne presentando a su novia y a su novio.
Viviendo en una voraz sociedad de consumo no era de extrañar que conceptos como éste surgieran en el plano amoroso. Un concepto que no puede plantearse sino como el consumo vertiginoso de personas, como si fueran productos. Lo que es algo más extraño es que se vea de manera positiva, creando una moda y haciendo creer a los jóvenes a que este tipo de relaciones son las más sanas y estables que pueden encontrar hoy en día. Así, muchos activistas defienden que el poliamor es una decisión política y que va mucho más allá del sexo y la esfera íntima, pasando a ser una forma de vida y de filosofía. En palabras de Brigitte Vasallo:
La monogamia no se desmonta follando sin más, ni enamorándose simultáneamente de más gente, sino construyendo relaciones de manera distinta que permitan follar más y enamorarnos simultáneamente sin que nadie se quiebre en el camino.
Claro que este discurso se construye al margen de la realidad de muchas de las relaciones poliamorosas que uno ve en la actualidad.
Así mismo, numerosos estudios y teorías plantean si el ser humano es monógamo por naturaleza o si, en cambio, la exclusividad sexual no es innata y viene impuesta por factores externos. Por un lado, si tenemos en cuenta a Engels, la monogamia respondería a la necesidad del varón de asegurar una descendencia que herede su propiedad, una forma de consecución de la propiedad privada. Por otro, si bien algunos de estos estudios han logrado identificar los genes relacionados con la tendencia a la monogamia, la dificultad para examinar las interacciones entre cultura y biología hace imposible obtener una respuesta concluyente a si la monogamia está en nuestra naturaleza o no.
Lo cierto es que, pese a la libertad con la que aderezan la poligamia, es otra forma de consumo en el sistema capitalista. Dentro de estos lindes, la construcción de un ideario de relaciones ajeno a la monogamia, vendido como libertad de amor y sexualidad, plantea, sin más, el consumo de otros cuerpos. La dificultad del individuo de entablar lazos con otras personas lleva a idealizar que, igual, estar con varias soluciona un problema estructural. La realidad es más bien distinta.
Los jóvenes cada vez se ven en relaciones más tóxicas, abunda la infidelidad y la desconfianza. El poliamor sólo es un parche a esa problemática. Incapaces de afrontar sus problemas y carencias, recurren a la carta de la tercera persona, sólo que ahora es “consensuado” porque es la moda. Por mucho que se apele a la madurez, a la libertad de decisión como personas adultas, ¿cómo de sano es, en realidad, plantear una relación de más de dos si el individuo de por sí es incapaz de preguntarse qué quiere?
El poliamor, al final, sólo es un parche para las carencias que el ciudadano medio padece en la posmodernidad. La clausura en su propia burbuja, la dificultad de salir de ella y la consecuente imposibilidad de entablar relaciones con otros desencadena la necesidad más voraz de algo parecido al calor humano. El poliamor supone la homeopatía de las relaciones interpersonales, la falsa sensación de plenitud consigo mismo y con el prójimo, aunque la realidad sea un ciclo de consumo que lleva al hartazgo y el hastío.