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Ecologismo: ¿moda o revolución real?

Toda esta cultura ecológica ha sido respaldada por las grandes empresas, además de por la publicidad que éstas han hecho sobre sus supuestos productos sostenibles, independientemente de que estos lo fueran o no.

La activista sueca Greta Thunberg en una manifestación.

En 1998 se aprobó en las Naciones Unidas el Protocolo de Kyoto, un acuerdo que asumió la Unión Europea y, por ende, sus estados miembros. Este protocolo obligaba a reducir las emisiones de CO2 respecto a la fecha origen, fijada en el período entre 1990 y 1995. Nace por la necesidad de frenar la contaminación masiva y con el fin de promover el desarrollo sostenible, estableciendo una serie de limitaciones en los diferentes sectores económicos de los países del acuerdo. En 2003, desde la Directiva 2003/87/CE del Parlamento Europeo, se ratifica el Protocolo de Kyoto y se establece un régimen para el comercio de derechos de emisión de gases de efecto invernadero. Con esta nueva directiva quedan obligados todos los estados miembros de la Unión Europea, estableciendo además, mecanismos de control de dichas limitaciones.

Al principio se vio como una gran iniciativa para frenar el cambio climático y desarrollar un sistema productivo respetuoso con el medioambiente, pero dentro de nuestro sistema. Dado que el objetivo principal es sacar el máximo beneficio económico, fue fácil de preveer que los resultado no serían los previstos. Así surgió el ecologismo capitalista, donde se utiliza una falsa moralidad para separar la lucha obrera de sus intereses principales. Y con ésta, toda una cultura que, beneficiada por el marketing, las grandes empresas y las redes sociales, ha hecho creer, sobre todo a la población más joven, que una transición ecológica es posible, y que, además, debe ser su única preocupación y lucha.

Efecto placebo

El propio sistema genera el problema. No es posible dar una solución real al cambio climático en un sistema donde priman el consumo masivo y la obtención del máximo beneficio posible. Cualquier alternativa dentro de los lindes capitalistas no es más que un placebo. Sólo transformando la base del sistema es posible alcanzar una solución real.

Muchos de los países menos desarrollados económicamente se encuentran con serios problemas al toparse con las imposiciones ecológicas de la Unión Europea. La Transición Ecológica pretende transformar el modelo energético por completo, cambiando el modo de conseguir la energía a sistemas respetuosos con el medio ambiente y generando sólo energías renovables. En la práctica, se lleva a cabo arrasando con las centrales térmicas de los países, las cuales funcionan con carbón y generan un alto nivel de emisiones de CO2. Para rebajar estas emisiones, se requiere una alta inversión económica, lo que no sale rentable para los empresarios y deciden llevar a cabo el cierre de dichas plantas y el despido de cientos de trabajadores, sin una alternativa laboral.

El gran circo mediático: Greta Thunberg y Fridays for Future

Toda esta cultura ecológica ha sido respaldada por las grandes empresas, que se han valido de la publicidad para promocionarse como “eco-friendly”. Por supuesto, actuando de disfraz para las condiciones laborales de sus empleados. Del mismo modo, muchas marcas se suben al carro del ecologismo para vender productos a precio de oro con la excusa de un origen ecológico. Un síntoma más de cómo este movimiento sólo ha servido para ponerle una careta verde a las empresas e industrias.

Esta cultura se expandió entre la juventud de los diferentes países europeos con la relevancia mediática que se le dio a Greta Thunberg. La activista impulsó el movimiento Fridays for Future, incitando a los jóvenes a manifestarse frente al parlamento de sus ciudades ante la falta de políticas climáticas. Los medios se hicieron eco, convirtiendo a Greta Thunberg en un auténtico símbolo del cambio climático y a su causa en la revolución más importante del siglo XXI.

Esto vino como anillo al dedo para que muchos partidos y organizaciones, sobre todo de izquierdas, se unieran a esta causa. Muchas veces, la conviertieron en el eje de sus campañas, dejando de lado otras cuestiones y parcelando, aun más, sus luchas. Ahora no puede faltar la sostenibilidad en la agenda de cualquier partido de izquierdas “que se precie”.

En la juventud, esta cuestión no ha calado tanto por la publicidad como por el apoyo a estas ideas por parte de sus ídolos. No son pocos los famosos e influencers que se subieron al carro del ecologismo, moviendo, con ellos, a sus seguidores. Así mismo, este ideal ecológico se abrió paso en lo audiovisual y pasó a formar parte de los personajes que conforman la cultura de masas. Personajes que son consumidos y cuyas actitudes son procesadas y asimiladas por un público altamente influenciable.

Independientemente del medio, la estrategia sigue siendo la misma: hacer creer al individuo que aquella pajita de aluminio salvará el mundo, mientras el 1% de la población más rica contamina el doble que la mitad más pobre.

 

En definitiva, ésta no es, hoy en día y en el sistema capitalista en el que vivimos, una lucha real. En realidad, supone una forma más de distracción y un elemento parcelario de la lucha de clases.

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