En los últimos años, la cartelera española ha sido una sucesión de españoladas y algún drama bélico. Pocas veces ha habido algo fuera de esa norma y, si lo ha habido, no ha tenido la difusión de las últimas. Este fenómeno, que podría causar hartazgo en el público, de hecho, sigue cosechando éxitos, ¿es el español más conformista o el cine español se ha estancado de forma irremediable?
¿Se ve cine español?
En 2019, las películas proyectadas fueron 1.835 (655 fueron estrenos), siendo 487 españolas. El número de espectadores ascendió a 104,9 millones, que se traducen en la recaudación de 614,7 millones de euros. Reservándonos al cine español, los espectadores ascendieron a 15,9 millones, con una recaudación de 92,2 millones de euros.
Con estos datos sobre la mesa se sacan dos conclusiones. La primera y más obvia, a la gente le gusta el cine. Tanto es así que hay una tendencia ascendente en cuanto a la asistencia a las salas, incluso contando con la competencia de plataformas de streaming. Segundo, se consume mucho menos cine español que cine internacional.
Hay que reconocer que 2019 fue un año vertiginoso a nivel cinematográfico, se estrenaron ‘Retrato de una mujer en llamas’, ‘La Favorita’ y ‘Parásitos’ entre otras grandes favoritas del público y la crítica internacional. Sin dudas fue un año en el que dar la nota a nivel fílmico estuvo reñido.
Por su parte, las películas españolas más taquilleras del año fueron ‘Si yo fuera rico’, ‘Lo dejo cuando quiera’ y ‘Padre no hay más que uno’. A éstas le siguen títulos como ‘Mientras dure la guerra’, ‘Dolor y Gloria’ y ‘Bajo el mismo techo’, contando con que se estrenó ‘La trinchera infinita’, enviada a los Oscar, que no pasó a semifinales.
Más espectáculo y menos cine
En el cine español hay una clara tendencia a la comedia. Más bien, a la españolada. Teniendo presente que la película más taquillera de este país es ‘Ocho apellidos vascos’, una sarta de estereotipos, tópicos y chistes llanos, no es de extrañar que triunfe en los cines todo aquello que se le asemeje. La España castiza, chabacana e incluso intolerante sigue ganándose al público de la gran pantalla y sigue cosechando éxitos. Y ello, sin embargo, no se debe a que el público sea ignorante o no tenga criterio. Es difícil ver a alguien más crítico con su país que un español. Si bien podemos ser los más chovinistas y darnos golpes en el pecho con “lo nuestro”, lo cierto es que también somos los más críticos.
Hay que desterrar la idea de que el español es inculto y acrítico porque, de hecho, el problema del cine español no es ese, sino otro que ya se venía vaticinando. El cine deja de ser arte y pasa a ser espectáculo.
El motivo por el que se producen películas de este tipo casi de forma masiva es porque son fáciles de consumir, provocan la carcajada fácil y el boca a boca hace el resto. Las buenas cifras a veces derivan en secuelas que dejan mucho que desear porque, al final, no es más que una regurgitación de la fórmula que funcionó en un primer momento. Son los mismos chistes y los mismos tópicos, pero con escenario nuevo. Películas que una vez vistas, difícilmente causan gracia una segunda o una tercera vez, por eso la rueda tiene que seguir girando. Es un cine que se agota en la carcajada ajena y no resucita, si bien eventualmente es rescatado por alguna cadena de televisión.
Cualquiera puede pensar que hay algún problema con hacer reír al público. Nada más lejos de la realidad. El arte deleita, y puede divertir, y aterrar. La línea que aquí se traza es distinta. No se habla del público, sino del producto que se le ofrece. Y éste resulta ser un producto vacío y caduco.
España tiene el potencial para producir un cine de calidad. No debería ser necesario esperar a festivales de cine para poder ver en la gran pantalla algo lejos de la españolada. Y cuando no se trata de una españolada, se recicla el drama bélico lacrimógeno, aunque ésa es otra historia.