Hace unos días, una de las revistas digitales más populares, sobre todo en las redes sociales, publicó un artículo titulado Cómo tomarte la nude perfecta. En resumen, expone la dificultad de fotografiarse a uno mismo desnudo, incluso para los profesionales, y da consejos para lograr la foto perfecta.
Con el auge de las redes sociales, aplicaciones como Instagram, Tiktok o Snapchat han dado pie a este tipo de comportamientos en el que tanto hombres como mujeres exhiben su cuerpo para ganar seguidores o visitas. Además, es un comportamiento que se ve beneficiado por el algoritmo de redes como Instagram, que pone en mejor lugar aquellas publicaciones con más guardados que likes. En cualquier caso, la exposición del cuerpo viene a cumplir el mismo cometido.
Con la pandemia y la caída de la economía, esto degeneró en, por ejemplo, el crecimiento del sitio web Onlyfans, donde cualquiera puede subir contenido explícito por el que pagan los suscriptores. Ello deja a la persona completamente expuesta a cambio de una jugosa cantidad de dinero, lo que se convirtió en una vía de ingresos para muchas personas ante la situación económica que nos encontramos.
Algunos afirman que, en realidad, Onlyfans se creó ante la estricta censura de otras aplicaciones. Sólo hace falta pasarse por el buscador de Instagram para ver que esto no es del todo cierto, y mucho menos si son perfiles con un alto número de seguidores.
Una parte de la sociedad, apoyada por diversos discursos feministas, lleva años reivindicando que cada persona es libre de mostrar su cuerpo en cualquier lugar y de la manera que considere. Algunos grupos llegan al punto de considerarlo empoderante para quien lo hace, sobre todo si es mujer o pertenece al colectivo LGTB. Según esta lógica, ello les convierte en personas más fuertes y liberadas de las “cadenas” de la sociedad. Lanzan este tipo de discursos sin pararse a pensar que uno deja de tener control de su contenido en el momento en el que lo sube a la red, lo que le hace vulnerable a todo el que tenga acceso a él.
En España, hay muchos ejemplos de jóvenes de entre 19 y 25 años, como Marina Rivers, Naim Darrechi, Lucía Bellido, Rauw Alejandro o Andrea Palazón, que basan su contenido en bailes sugerentes o publicaciones en ropa interior y que viven y se sustentan básicamente por eso. Su influencia ha hecho que cada vez más personas, incluyendo de forma alarmante a menores de edad, se lancen a mostrar su cuerpo en redes de forma sugerente.
Da igual cuántas charlas sobre el buen uso de las redes se den en los institutos, si al llegar a casa, el contenido que los adolescentes van a consumir es sugerente y, más aun, están a un click de hacer que sus fotos “lo peten”.
En definitiva, los discursos feministas “liberadores”, con la ayuda de las redes sociales, han creado un caldo de cultivo en el que todo vale, haciendo que nos desapropiemos de nuestro cuerpo, como algo ajeno a nosotros y pueda utilizarse al beneplácito de las redes sociales y de cualquier persona que esté conectado a ellas. Todo sin ni siquiera llegar a entender el impacto real de nuestros actos y sin concienciar que por muy liberada que una persona se crea, la realidad es otra.
El fin de este artículo no es hacer una caza de brujas contra quien sube determinado contenido, sino poner sobre la mesa la reflexión y quitarle la careta a quienes defienden a capa y espada la hipersexualización de los cuerpos como algo liberador y empoderante, obviando las consecuencias que pueda tener. A la hora de la verdad todos conocemos a alguien a quien han despedido o no han contratado por algo que subió a sus redes sociales, o algún caso de acoso porque se compartió algo que no se debía, aunque, aparentemente, estaba en todo su derecho porque era su cuerpo.
