La presencia del Islam en la Península Ibérica dotó de un proceso único de consolidación de los reinos cristianos que, salvo en el caso de Sicilia, no cuenta con casos análogos en el resto de Europa. Este proceso, bautizado por la historiografía tradicional como “reconquista”, ocuparía casi 800 años. Sin embargo, esta etapa ha sido objeto de numerosos análisis y lecturas sesgadas con un interés en hacer encajar un proceso tan complejo de la historia peninsular al propio discurso político. Hablamos del mito de “la España de las tres culturas”; un discurso que plantea una España medieval casi idílica en la que tres culturas —la cristiana, la judía y la musulmana— conviven con plena normalidad en un ambiente de igualdad y tolerancia.
Estos discursos son especialmente populares en el espectro de la izquierda posmoderna actual. Sin ir más lejos, el pasado febrero de 2021 la diputada de Podemos, Isabel Franco, acusaba a la “monarquía hispánica” de “autoritaria” y de ser autora del “genocidio de Al-Ándalus”, contrapuesto al territorio andalusí, donde supuestamente había una “convivencia de musulmanes, judíos y cristianos”. Este ejemplo, probablemente uno de los más pintorescos y que más barbaridades históricas condensa, es una muestra del vigor que estos planteamientos siguen teniendo en la actualidad.
Aunque ampliamente refutados, también hallamos discursos similares en el seno del mundo académico, como en el negacionismo de la propia conquista musulmana de la península ibérica. La teoría, entonces promovida por el filo-falangista Ignacio Olagüe en los años sesenta, es hoy recogida por sectores del cosmopolitismo como el catedrático de la Universidad de Sevilla Emilio González Ferrín, defendiendo que el inicio de Al-Ándalus se debe no a una conquista militar, sino a una “revolución cultural”.
Nuestro norte es el sur. Mirar al pasado para hacer una Andalucía más inclusiva, más feminista y más libre.
Mi madre está tol día rezando. Ella es Cristiana, mora y judía. Mi madre está tol día rezando. Ella se llama Andalucía. pic.twitter.com/RBlJHNPRLa
— Isabel Franco ۞ (@Isabel_Franco_) February 3, 2021
El mito de la tolerancia: política, cultura y sociedad del medievo hispánico
Sin embargo, este discurso no se desarrolla de la nada, sino, como todo relato semejante, parte de ciertas verdades escogidas sesgadamente. Por ello, ante la pregunta de si hubo o no tolerancia en el medievo hispánico entre cristianos, musulmanes y judíos analizaremos la cuestión desde tres puntos de vista diferentes: El político, el cultural y el social.
Política
Las primeras evidencias que fundamentarían la existencia de una convivencia entre dichas culturas las hallamos con la propia conquista de la Hispania visigoda por parte de los musulmanes. Salvo contadas excepciones donde hubo resistencia armada, la población hispano-goda sería integrada dentro del estado andalusí mediante capitulaciones, tributos adicionales y una marcada sumisión política a la nueva élite musulmana.
En el ámbito cristiano la cosa sería bastante similar y habría también una integración de la población musulmana en el estado cristiano, hasta el punto que se ha bautizado estos proyectos de integración de población musulmana como “una España mudéjar”. Al igual que hicieron los musulmanes, la integración de dicha población se hizo en base a capitulaciones y acuerdos de rendición. En estos acuerdos se garantizaba, como mínimo, la vida de los musulmanes y la protección de sus bienes. El trato de “tolerancia” que recibían judíos y musulmanes en los reinos cristianos de la península ibérica resultaban un impacto para quienes acudían desde el extranjero a dichos territorios como cruzados. Mientras en el resto de Europa tanto musulmanes como judíos eran perseguidos, en los reinos cristianos peninsulares sí había una integración de ambas comunidades.
Si bien lo dicho hasta ahora es cierto y existía una coexistencia de las tres culturas en el plano político bajo unos mismos reinos, quedarnos únicamente con esto significaría mutilar la realidad. Lo que los defensores de este planteamiento ignoran —u omiten interesadamente—, es en qué condiciones se realizó esta coexistencia. No se trata de unas relaciones simétricas, al contrario. Tanto los cristianos como los musulmanes integraron a las otras culturas bajo un régimen de sumisión, en base a capitulaciones, más tributos y una marginación absoluta de la vida política.
Por otra parte, si ya formalmente existía una clara asimetría en el plano jurídico-político entre ambas comunidades, la historia demuestra cómo los acuerdos firmados por la población sometida eran violados frecuentemente, lo que dejaba a los sometidos sólo dos opciones: la rebelión o el exilio. Por ello, a la pregunta de si hubo o no tolerancia en la Edad Media peninsular entre las tres culturas, desde el plano político respondemos de forma negativa.

Estatua de Alfonso VI —obra de Luis Martín de Vidales—, en Toledo, quien conquistó la ciudad en 1085. Uno de los personajes instrumentalizados por los defensores de la España de las tres culturas.
Cultura
Es innegable que el contacto entre las tres culturas fue muy intenso y que algunos elementos de una fueron adoptados en las demás y viceversa. Un primer ejemplo de ello lo hallamos en la lírica popular hispánica: las jarchas, un tipo de tradición en la que confluyen tanto elementos de la cultura judía como de la árabe. También en el arte se desarrolló una corriente fruto de la influencia mutua, el llamado arte mudéjar. Otro aspecto importante de este contacto cultural es la llegada de las obras grecorromanas a los reinos cristianos a través de traducciones árabes, al igual que se hizo con obras de diferentes disciplinas como matemáticas, física, óptica o medicina.
Aunque esto también es cierto, ello sólo refleja una parte de una realidad más amplia. Si bien la traducción de obras significaba un acercamiento, a su vez pone de manifiesto el distanciamiento previo que habría entre ambas culturas. Además, la traducción de obras o la asimilación de elementos culturales de las otras culturas no tiene por qué ser entendido como algo motivado por una especie de cosmopolitismo y respeto hacia la otra cultura. De hecho, probablemente, estos procesos se debían más a un aprovechamiento pragmático de los conocimientos de los sometidos que no a un reconocimiento de los valores morales del otro. Por ello, a la pregunta de si hubo o no tolerancia en la “España de las tres culturas” respondemos también negativamente desde un punto de vista cultural.
Sociedad
Desde este punto de vista sociológico, los defensores de la “España de las tres culturas” relativizan la violencia que hubo entre los reinos cristianos y Al-Ándalus. Al parecer, hubo largos periodos dónde no hubo guerra entre cristianos y musulmanes. En el siglo XV, estaría documentado que el tiempo de paz entre ambas culturas abarcaría el 90% del tiempo, frente únicamente a un 10% en que dichos reinos se hallaban en guerra. A este tiempo de paz cabe añadir varios aspectos importantes, como las relaciones comerciales entre la España cristiana y Al-Ándalus, las relaciones agrícola-ganaderas entre ambas culturas o incluso relaciones de amistad entre reyes cristianos y musulmanes. Otros aspectos sociales como la influencia recíproca en la moda, la tolerancia a las decisiones religiosas de los cautivos cristianos y musulmanes para cambiar de confesión o la existencia de instituciones que intentaban arreglar por medios pacíficos conflictos entre ambos serían otros aspectos que nos señalan los defensores de la existencia de la tolerancia en la Península Ibérica medieval.
De nuevo, quedarnos sólo con estos hechos supondría una mutilación intencionada de la realidad. Si bien es cierto que esta convivencia existió y que se desarrollaron mecanismos para que ésta se pudiese dar de forma pacífica, no hay que caer en la idealización de su significado. Es evidente que la proximidad física entre dos comunidades genere, por puro pragmatismo, instituciones u organismos para apaciguar las confrontaciones o incluso para sacar rédito económico. Ello no significa, sin embargo, que se acabe con el prejuicio y el enfrentamiento. Si algo señala la existencia de mecanismos de mediación es, precisamente, que la conflictividad entre ambas comunidades existía y era muy habitual, desde robos y agresiones hasta cautiverios y asesinatos.
Respecto a la tolerancia que había al cambio de religión por un cautivo, sería muy inocente pensar que esta conversión se hacía en base a una devoción sincera hacia la religión a la que se convertía. La realidad, es que lo que verdaderamente impulsaba la conversión de una religión a otra en la inmensa mayoría de casos eran las circunstancias en las que vivían: Falta de libertad, trato vejatorio y violento, etc. La conversión se realizaba pues, no por devoción, sino por el intento de amenizar unas condiciones de vida de por sí humillantes.
Como hemos visto, otro de los puntos sobre los que se sustenta el argumentario en pro de la supuesta tolerancia en el medievo es que únicamente el 10% del tiempo hubo conflictos armados entre cristianos y musulmanes. Esto es cierto teniendo en cuenta sólo los periodos en que había conflicto declarados oficialmente. Si bien estos conflictos representan los de mayor envergadura, el resto del tiempo estuvo marcado por conflictos menor intensidad prácticamente de forma ininterrumpida perpetrada por las propias comunidades de vecinos, hombres de frontera que vivían del saqueo y del cautiverio de gentes de la otra parte de frontera o incluso por la existencia de campañas de destrucción sistemática que preparaban la anexión de ciudades y nuevos territorios. Con todo ello, desde un punto de vista social respondemos también negativamente a la pregunta de si hubo tolerancia entre las tres culturas en los reinos ibéricos durante la edad media.
¿Mito o realidad?
Analizada la cuestión desde el punto de vista político, cultural y social, sólo podemos confirmar que “la España de las tres culturas” no es más que un mito. Desde la historiografía resulta insostenible mantener posiciones que defiendan estos planteamientos.
Como hemos visto, los términos en los que se relacionaron cristianos, musulmanes y judíos nunca fueron de igualdad, sino que siempre estuvieron marcados por la marginación, el abuso y el estigma hacia el que se encontraba en el territorio del otro. Es innegable que hubo préstamos entre las tres culturas y que inevitablemente se influenciaron, pero resulta imposible afirmar que hubo tolerancia o convivencia, al menos en los términos actuales de las palabras. Sin embargo, si bien en el mundo académico estos posicionamientos están más que superados, el cosmopolitismo y el posmodernismo ideológico cuenta con una maquinaria propagandística arrolladora con la que hacer prevalecer este discurso en la conciencia colectiva.
La pervivencia de estos mitos no radica en una falta de investigación de la materia, pues como hemos visto, está ampliamente estudiado y hay evidencias de sobra como para desmentir este discurso. Por ello, los esfuerzos del mundo académico deberían centrarse en hacer más accesible y divulgativa esta información de cara al público. El alcance de la gran labor que realizan tantos investigadores en arrojar luz sobre nuestra historia no debería reducirse al mundo académico. Los historiadores no estamos al margen de la sociedad, y nuestra forma de aportar al avance de ésta es precisamente la de combatir el oscurantismo de quienes ven la historia como una herramienta más con la que hacer demagogia.
Retorcer la historia es un ataque al progreso y al conjunto de la sociedad, porque aunque a muchos se les olvide, la historia es patrimonio de todos.
