La semana pasada, la conocida revista satírica El Jueves publicó una viñeta donde se amparaba en el término “rojipardismo” para caricaturizar a diversos personajes, desde Ana Iris Simón a Roberto Vaquero.
La cuestión aquí no es analizar o reprocharle nada a la revista o su autora, Irene Márquez. En realidad, podemos felicitar semejante labor de mamporrera de la izquierda caniche.
El Jueves ya se editaba en los años ochenta, y ya por aquella época lo hacía con aires de revolución y contrahegemonía. Nada más lejos de la realidad.
Entremos en contexto. Los años que siguieron a la muerte de Franco mostraron la estela aperturista del último periodo del régimen; abrir el país a Europa y al mundo. La lucha obrera, siempre presente en las calles y en los centros de trabajo, estaba siendo eclipsada. Aparecieron figuras disidentes, aparentemente críticas con lo establecido, que alzaban la voz y cautivaban con su visión rupturista: la Movida se abría paso.
En este fenómeno no podía faltar la sátira y la caricatura, en este caso de corte izquierdista con fantasías revolucionarias. Estas, subiéndose a la moda, contribuían de manera irrefutable con el asentamiento de una nueva e incipiente hegemonía de lo subversivo y transgresor. Sólo hay que pensar en las grandes figuras de la Movida, en los grandes disidentes y alborotadores de los ochenta, y lo que son hoy. Es repetitivo mencionar a Alaska y Mario, pero son, junto con Fabio McNamara, los mejores ejemplos de este tipo. Figuras que, sobre todo la primera, en los ochenta aparecieron pisando fuerte, con pretensiones rupturistas, y que hoy son tildadas de rancias y fachas por el twittero medio. En el caso de McNamara, bueno… juzguen ustedes mismos.

Fabio McNamara. (TV3)
Las juventudes que entonces consumían ese humor transgresor en revistas y en televisión, hacían de estas caricaturas izquierdistas su ideología. Considerándose contrahegemónicos, en realidad, no han tenido un futuro muy dispar. Jóvenes que en los ochenta compraban El Jueves, en 2021 son afiliados de VOX. El turnismo de la política sistémica, centrado en cambiar un establishment por otro, con su aparato «contracultural» preferido.
Cuatro décadas después, la farsa no se ha hecho esperar. Han vuelto los personajes estrafalarios, extravagantes y las fantasías revolucionarias que traen un nuevo modelo hegemónico del capitalismo. En ningún momento se trató de romper con éste, sino de hacerlo más diverso. Siguen las mismas relaciones de producción, sólo que ahora las llenan de colores, purpurina y apelan a la inclusividad. Los filósofos de nuestra era parecen tan ocupados disfrutando de un Spritz que ni se han tomado la molestia de plantear una parafernalia original con la que adormecer a las masas. Son la versión de Aliexpress de la Movida.
Si en algo difiere este fenómeno de su predecesor es en la capacidad de difusión. Internet, las redes sociales y la posibilidad de enviar información a la otra punta del mundo en cuestión de segundos aceleran el desarrollo de todo fenómeno social. En cuestión de meses la Movida de AliExpress se ha visto en la cresta de la ola, en su máximo apogeo. Pueblan todos los medios, se les dedica entrevistas, se les invita a platós y presentan premios y espectáculos. Sin embargo, no es sólo consecuencia de esa vertiginosa capacidad de difusión, sino también de la multiplicidad de medios afines. Sea Público, CTXT o el nuevo medio independiente, supuestamente «de izquierdas», que salga mañana de debajo de cualquier piedra, todos participan en la consolidación de estas tendencias que, lejos de ser contrahegemónicas, contribuyen a ésta como haría su predecesora.
¿Qué clase de lucha contrahegemónica es amparada por la propia hegemonía? En primer lugar, la baza por la que se consideran contrahegemónicos es su oposición a lo “rancio”, al conservadurismo y al encorsetamiento de un mundo en el que no se sienten representados. Esto es sólo en teoría, pues la otra cara de la moneda es todo un aparato de difusión y amparo por parte de las instituciones, de esa hegemonía que critican y contra la que dicen oponerse. No son más que una serie de tendencias que se decidieron izquierdistas, lo suficiente inocuas para el sistema como para ser amparadas por él. Claro que hablar de sistema siempre resulta abstracto, de modo que la forma más elocuente de ejemplificar ello es hablando del capital sin mayor tapujo. Ningún movimiento que ofrezca una crítica y un ataque frontal a éste va a ser, jamás, amparado en su seno y alimentado por él. La «izquierda Spritz» goza del amparo del capital porque en su cuerpo intelectualoide y teórico no hay lugar para la crítica de las relaciones de producción.
Huelga decir, entonces, que medios que se autoidentifican como revolucionarios y contrahegemónicos son, sin más, un fenotipo distinto del sistema capitalista, una forma de lavarse la cara y seguir sacando beneficio gracias a los siempre fieles tontos útiles.