La historia ha sido objeto una y otra vez de mentiras y tergiversaciones con las que justificar ciertos discursos políticos. El momento en el que se empezó a explotar marcadamente el potencial propagandístico de instrumentalizar la historia sería a principios del siglo XIX con las revoluciones burguesas y en pleno auge de la conformación de los estados-nación.
Las raíces de la nación se buscaban en un pasado lejano, habitualmente en la Edad Media. En el caso de la Península Ibérica, hubo una particularidad que la hizo única respecto al resto de Europa: La presencia del islam. Ante esta realidad el nacionalismo español del siglo XIX, impregnado fuertemente por el catolicismo, quiso poner las raíces de la nación española en los cristianos que articularon la resistencia a la conquista islámica bajo el liderato del mítico Don Pelayo.

Cuadro “Don Pelayo en Covadonga” de 1855, por Luis de Madrazo.
Actualmente, este planteamiento está más que superado, incluso historiadores alejados del materialismo histórico consideran anacrónico buscar los orígenes de una nación en el siglo VIII. Si bien es cierto que las bases de una nación, como la ligazón económica, surgen durante la Edad Media, la nación es un fenómeno que se circunscribe a la época histórica del capitalismo. Por ello, es absurdo buscar la nación más allá de los siglos XIX o XVIII.
En el siglo XIX y XX fueron principalmente los sectores nacionalistas y conservadores quienes más se empeñaron en embarrar hechos históricos para su propio beneficio político. Sin emabrgo, vemos como en el siglo XXI se han sumado los sectores más “progresistas”, aunque bajo un prisma de multiculturalidad y con un fetichismo irracional respecto a todo lo no-europeo.
Es así como de forma habitual oímos a políticos de la izquierda parlamentaria decir barbaridades como que en Al-Ándalus existía una supuesta convivencia idílica entre cristianos, judíos y musulmanes frente a los fanáticos e intolerantes reinos cristianos. El absurdo ha llegado hasta al punto en que se niegue la misma conquista árabe de la Península Ibérica, sosteniendo que el Islam no habría llegado mediante la conquista, sino a través de una “revolución cultural”. Por descabellado que parezca, quienes dan apoyo a esta hipótesis no se trata sólo de sectores “progresistas” o del nacionalismo andalucista, sino que cuenta con el apoyo de académicos, como el Catedrático de la Universidad de Sevilla, Emilio González Ferrín.
Los orígenes del negacionismo de la conquista islámica de Al-Ándalus.
Si bien a día de hoy se trata de sectores aparentemente ligados al progresismo quienes defienden estos planteamientos, su origen salió de la pluma de Ignacio Olagüe, un autor vinculado al falangismo. En 1969, Olagüe publicó su obra en francés Los árabes no invadieron España, traducida al español en 1974. Con esta obra se pretendía negar que un pueblo africano pudiese conquistar a los “españoles” de aquel entonces. De aquí a que Ignacio Olagüe defendiera que el Islam habría llegado a la Península a través de una revolución cultural. Pero, ¿cómo se justifica este hecho?
La teoría de Olagüe se sustenta en el hecho que los visigodos originalmente procesaban el arrianismo antes de su conversión al catolicismo en el siglo VI bajo el reinado de Recaredo. El arrianismo era una corriente dentro del cristianismo que negaba la Santísima Trinidad, dogma principal del catolicismo. Si para los católicos Dios se conformaba por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo; para los arrianos el Hijo tenía un grado de divinidad menor que el Padre. Este planteamiento acercaba el arrianismo a los planteamientos del Islam, quienes también negaban la Santísima Trinidad. Según Olagüe, esto habría sido una de las razones principales por las que los visigodos habrían empezado a adoptar de forma voluntaria el Islam.
Ya en su día la teoría fue refutada por el historiador francés Pierre Guichar, en su obra Los árabes sí invadieron España. Aunque la teoría del falangista nunca llegó a implantarse de forma real y a no salir del ámbito académico, esta fue resucitada bajo una óptica de la multiculturalidad por Emilio González Ferrín en 2006, con su obra Historia General de Al-Ándalus y en 2011, con su libro Al-Ándalus: Europa entre oriente y occidente. A diferencia de Olagüe, la intención de Ferrín es reivindicar el Islam como un elemento autóctono de la Península Ibérica. Bajo esta nueva visión la negación de la conquista de Al-Ándalus tuvo ocasión de tener mayor implantación que en tiempos de Olagüe.

Emilio González Ferrín, Catedrático de la Universidad de Sevilla.
Por qué los árabes sí conquistaron la Península Ibérica.
Aunque parezca mentira tener que aclararlo, la conquista de la península ibérica es innegable. Sin entrar en detalle, hay innumerables pruebas que confirman que se trató de una conquista militar. Tanto las crónicas cristianas como árabes de dentro y fuera de la Península Ibérica inmediatamente posteriores al 711 señalan que se trató de una conquista militar. Al igual que lo confirman fuentes numismáticas y arqueológicas entre otras. Si a ello le añadimos que el Califato Omeya estaba en su momento de máximo apogeo expandiéndose por tres continentes a la vez, afirmar que el Islam se implantó en la reino de los visigodo a través de una “revolución cultural” es insostenible.
Si algo positivo hay que sacar de ello, es que el negacionismo ha intensificado el estudio de esta época para desmentir estas tergiversaciones históricas. Historiadores como Eduardo Manzano Moreno, Alejandro García Sanjuán o Tawfiq Ibrahim, han publicado numerosas obras enriqueciendo y profundizando los conocimientos sobre esta época.