Hace escasos días el Ministro de Cultura y Deporte, Miquel Iceta, cerraba el contrato de alquiler de la colección de la baronesa Carmen Thyssen. De acuerdo con el acuerdo, cede el alquiler de su colección al Estado español por un período de quince años y el coste de 6,5 millones de euros anuales, más IVA: 97,5 millones de euros en total.
Érase una vez una discordia
Las discusiones en torno al alquiler de la colección pueden rastrearse hasta el verano pasado. Entonces, la cifra ofertada era semejante a la actual, con la que se ha cerrado el contrato, y la baronesa ya lo tenía claro: Mata Mua no se queda.
De acuerdo con el contrato, el Estado puede ampliar el alquiler por cinco años más, así como adquirir la colección o una parte. En ese caso se abriría un proceso de negociación que no suspendería el presente acuerdo, restándole al precio de la venta el importe del alquiler (97,5 millones de euros) en caso exclusivo de que quisiera adquirir la colección al completo. En caso de que sólo quisiera adquirir algunas obras, la cantidad a abonar tendría que ser un porcentaje similar al precio de las obras seleccionadas sobre el conjunto de la colección.
¿El problema del apartado? La colección ha sido valorada en un total de 1.490.200.060 euros, precio puesto por la dueña de la colección y el Ministerio. Si bien, en la última Garantía del Estado publicada en el BOE, la totalidad de la colección (425 obras) se calcula en 341.153.048 euros. Para entender la desorbitada subida de esa cifra basta con atender a un dato: entonces el Estado valoró el Mata Mua por 40 millones de euros, ahora lo hace por 219 millones.

Gauguin, Paul. (1892). Mata Mua (Érase una vez) [óleo sobre lienzo]. Museo Thyssen-Bornemisza.
Puede decirse que Mata Mua (Érase una vez) es el gran eje de la negociación. Obra que el potimpresionista Paul Gauguin pintó en 1892, durante su primera estancia en Tahití.
En 1989 lo compró el barón Thyssen-Bornemisza en la subasta de Sotheby’s Nueva York, adquirido a medias con su amigo y coleccionista Ortiz Patino, mediante un acuerdo según cada uno lo tendría durante dos años y medio. Después de cinco años presentan dos opciones: o uno compraba la parte del otro o se sacaba a subasta. Finalmente, el barón lo adquirió en la subasta por un valor de 24,2 millones de dólares, frente a los 3,8 millones que pagó en un principio.
Una obra que, tal y como afirma la baronesa, siempre ha estado con ella. Y así quiere que sea. No extraña, entonces, que quede fuera de cualquier posible negociación de compra que el Estado decidiera emprender.
Otra de las cláusulas que llaman la atención es la 2.4, que reza que los arrendadores podrán, en cualquier momento, ceder, alquilar o vender cualquiera de las obras de la colección, registradas en el presente contrato.
Es injustificable el precio que el Estado español va a pagar por la colección.
Por si fuera poco, fuentes del Ministerio reconocen que el organismo encargado de este tipo de valoraciones, la Junta de Calificación, Valoración y Exportación de Bienes del Patrimonio Histórico, no ha llevado a cabo tal acción. Según afirman, su intervención no era necesaria en un caso de arrendamiento. Aunque sí que entra en las competencias de esta Junta, por ejemplo, evaluar aquellos bienes que el Estado “proyecte adquirir”.
No pocos expertos afirman que, al no haber una evaluación previa, no se conoce la calidad real de la colección arrendada y cómo enriquecen las colecciones españolas. No hay una valoración técnica y científica detrás que dé cuenta del valor estipulado. Es injustificable el precio que el Estado español va a pagar por la colección. Colección que halla sus picos de calidad en ejemplares puntuales y aislados y que, por lo general, adolece de un hilo conductor y una coherencia. Es decir, la colección de la baronesa no es excelente ni justifica el precio.
Más si cabe, la parte más reseñable de la colección es la que el barón Thyssen habría legado como herencia a su esposa. 125 obras entre las que destacan grandes piezas impresionistas y postimpresionistas, como Idas y Venidas, Martinica (1897), y el Mata Mua (Érase una vez) (1892), ambas de Paul Gauguin.
Con la afirmación del ministro Iceta: «La colección [de la baronesa] es la más importante del mundo que yo conozco», queda patente que las arcas públicas van a desembolsar 100 millones de euros en una colección cuyo valor es a todas luces desconocidos por la “máxima autoridad” cultural del país.
