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Prohibido enseñar: la educación superior en el capitalismo

En sus 500 años de historia, las pioneras universidades españolas han arrastrado líneas de estudio que hoy el capital declara no rentables, y como si de un departamento propio se tratara, amenaza con un reajuste estructural. La universidad queda así comprendida como una empresa.

Una vez más la prensa viene a recordarnos que la enseñanza superior es sólo un apéndice más al servicio de los mercados. Así, los periodistas se hacen eco de cualquier estudio que achaque la poca rentabilidad de la universidad, basándose en la empleabilidad o del acondicionamiento de las titulaciones a las necesidades del capital.

La universidad en crisis

Hace poco se revelaba que apenas un 13% de las nuevas titulaciones universitarias satisfacen las necesidades del mercado. Curiosa afirmación sobre una institución de enseñanza que se autoproclama baluarte del hombre del mañana, en un sentido íntegro y humanístico.

En sus 500 años de historia, las pioneras universidades españolas han arrastrado líneas de estudio que hoy el capital declara no rentables, y como si de un departamento propio se tratara, amenaza con un reajuste estructural. La universidad queda así comprendida como una empresa.

Desde el Plan Bolonia y la “Ley Wert” del Partido Popular, las universidades han gozado de “libertad” para eliminar y crear titulaciones que, a fin de cuentas, fueran de agrado para los empleadores. Aquello dio pie a la entrada en la universidad pública de empresas privadas y la creación de nuevas universidades privadas que retroalimentan el mercado. Al final, en estas instituciones privadas, quien puede permitirse la titulación puntera y con empleabilidad asegurada es quien ya tiene el dinero que le respalde. Es la versión educativa del “pay to win”.

En el caso de la universidad pública, tenemos una educación desvalijada de mala manera, a merced de la empresa privada, que es, al final, la que determina qué titulaciones son rentables o no. Los planes de estudio de las carreras técnicas gozan de una altísima infiltración de intereses privados; las materias docentes y el enfoque en ocasiones parecieran poco más que una extensión de las propias empresas del sector. Para las carreras de Humanidades, la suerte no es mejor: una carrera que produce personas y no mano de obra es una carrera que eliminar. No se permiten historiadores del arte en el IBEX.

Otra quimera son las prácticas en empresas. Una “asignatura” en la que el estudiante desarrolla de forma práctica lo aprendido y, además, la empresa cuenta con un trabajador más en plantilla. Estas prácticas, que de primeras son atractivas para el estudiante, desvelan su realidad: no es más que una forma de esclavitud.

De modo que, en los últimos años, hemos asistido a la paulatina metamorfosis de la universidad en una fábrica de trabajadores. Queda atrás todo interés por el conocimiento o el crecimiento personal.

Apretar las tuercas de la FP

Y, aun así, la universidad no termina de ser del todo rentable para el capitalista. Ese potencial trabajador tarda cuatro años, se supone, en completar su formación. El capital necesita trabajadores cualificados y con experiencia en el menor tiempo posible. Y ahí entra la Formación Profesional.

La FP ha ganado adeptos en los últimos años por una sencilla razón: es empleo casi asegurado. Conlleva la mitad de tiempo que una carrera universitaria y es mucho más práctica que aquélla, no tan teórica, e incluye prácticas en empresas. Y es mucho más asequible económicamente.

Si las empresas ya se relamían con el modelo de FP tradicional, la propuesta de la Ministra de Educación y Formación Profesional, Isabel Celaá, hace las delicias de cualquier empresario. La FP dual que propone no es otra cosa que brindar trabajadores gratis a las empresas. Un año de prácticas no remuneradas en las que el alumno, el becario, será explotado bajo la fachada de la formación y, al final de ese tiempo, será echado de una patada. El ciclo se repite con la siguiente promoción de becarios. La FP acciona la trituradora de jóvenes trabajadores a nivel nacional, una economía asentada en el atraco a mano armada de la plusvalía.

 

La intromisión del capital es un pastiche que hace de la universidad un trampantojo. Todo vestigio de conocimiento, aprendizaje y crecimiento quedan diluidos en los deseos de un mercado voraz y ávido de trabajadores que continúen haciendo girar su rueda.

Por si la clase obrera no era ya precaria, estas medidas abren la senda a su más amplia explotación. El becario no sólo va a emplear su fuerza para producir el beneficio del capitalista, sino que por no recibir, al final no tendrá ni autosuficiencia económica. La independencia y la autonomía económica de la juventud obrera se hacen impensables.

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