La última gran idea del Ayuntamiento de Sevilla para hacer atractiva la ciudad ha sido proponer la instalación de una tirolina desde la Torre Sevilla a la Torre del Oro. Ésta, sin embargo, no nace únicamente del consistorio, sino también de una multinacional dispuesta a construir la tirolina más larga del mundo en la ciudad. Esta iniciativa, que podría quedar en algo anecdótico, es una consecuencia de la paulatina metamorfosis de Sevilla, ciudad patrimonial, en un parque de atracciones.
La voracidad del capitalismo se presenta a las puertas del fin de la pandemia. La necesidad de «revivir» la economía española, fundamentada en el turismo, lleva a poner sobre la mesa ideas llamativas y descabelladas. Ideas que, con frecuencia, son dañinas para la ciudad y su patrimonio.
Parece ser insuficiente echar a los vecinos de sus barrios para sustituir cada edificio único y genuinamente sevillano por un hotel de lujo. La gentrificación, al final, es sólo el primer paso. El segundo es hacer de todo monumento una atracción, dejando atrás todo contenido e interés cultural, convirtiéndolo en un objeto sin más que usar y olvidar. Hoy es una tirolina en la Torre del Oro, mañana, quizá, es una estación de escalada en la Giralda, por si alguien quiere sentirse como Quasimodo.
Tampoco debe extrañar que, ahora, el consistorio aparezca con esta idea. Juan Espadas, actual alcalde de Sevilla, se presenta a las primarias del PSOE. Hará todo lo posible por hacerse ver como alguien innovador que puede aportar a la ciudad, no sólo de cara a su partido, sino al electorado. Si bien, el rastro de acciones para con la ciudad de Sevilla se caracteriza por la total despersonalización, echando a sus ciudadanos para recibir con los brazos abiertos a turistas que vengan a satisfacer la rueda de la precaria economía que la rige. Para las familias que están siendo desahuciadas semana tras semana, lo único que les queda es la ignorancia activa y cómplice de las instituciones que se preocupan de hacer de Sevilla, cada vez más, un gran resort vacacional y menos un lugar en el que vivir y tener un proyecto de futuro.
Una cuestión de leyes
La tirolina se ve física y matemáticamente gobernada por la función catenaria, muy usada desde el siglo XX. Por ejemplo, el St Louis Gateway Arch de Eero Saarinem. Se sostiene porque la catenaria es la forma geométrica óptima: se soporta a sí misma disponiendo los elementos siguiendo el “viaje” de fuerza del material. No hay ni más ni menos material, sólo el necesario y en el lugar indicado, para sostener su peso.
Ahora pensemos en un arco que, además de su propio peso, sostiene un peso repartido de forma uniforme. Gaudí ya se planteó esto y concluyó que la geometría óptima es la de una parábola. Ejemplo de ello es, por ejemplo, el Viaducto de Segovia en Madrid.
Después de esta explicación, hay que volver a la tirolina. El cable, aun tensado, va a tender a la catenaria por su propio peso. Un cable que, además, se ve sometido a la tensión de transportar personas de peso distinto a cierta velocidad. Estamos hablando, entonces, de un BIC sometido a las tensiones de, por ejemplo, un cable tipo P355 tensado de miles de kilos de acero.
A cualquiera le gustaría pensar que no se refieren a la Torre del Oro en sí, sino a su base. Sin embargo, teniendo presente la distancia entre ambos edificios, hacer acabar la tirolina a ras de suelo es, cuanto menos, peligroso.

Distancia entre la Torre Sevilla y la Torre del Oro.
Pasa por encima del río, por donde circulan barcos. No puede ir a ras. También pasa por encima del Puente de Triana. La Torre Sevilla sólo mide 180 metros que, a la distancia de 1,55km que separan desde la Torre del Oro, hace que su paso por el río sea trigonométricamente una temeridad. Y si no va anclado a la torre, y aun así se le quiere dar altura, habría que construir una estructura junto al monumento, ¿acaso esto no lo eclipsaría?
Supongamos que la tirolina acaba en el cuerpo superior de la Torre del Oro, un edificio del siglo XIII, ¿es viable?
Incluso si el cable no acaba directamente en el cuerpo superior, sino en una estructura metálica anexa, se seguiría ejerciendo tensión. Así mismo, se incurre en una modificación estética y, llegado al punto, estructural, de la Torre del Oro que es innecesaria y potencialmente peligrosa para su conservación. Por lo que, no sólo están las leyes de la física de por medio, sino la protección jurídica de la que goza el monumento. La Torre del Oro es un Bien de Interés Cultural (BIC), el máximo grado de protección que hay en España, y está a la espera de ser Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO. ¿Acaso la incorporación de una tirolina en un edificio de 800 años conviene a su protección, conservación y puesta en valor o es una declaración oficial de que el patrimonio es completamente indiferente?
Sevilla, y España en general, hace mucho que le declaró la guerra al patrimonio del que gustosamente se lucra. Desde el Templo de Debod en Madrid a la Torre del Oro —cuyo paisaje lleva años siendo devastado—, la geografía española se nutre de ejemplos en los que el patrimonio es sólo una máquina de dar billetes, sin reparar en su conservación. Las pérdidas que ya hoy se viven, como el derrumbe de uno de los muros de La Alhambra, no son más que consecuencias de la negligente gestión del patrimonio de unos dirigentes cuya única patria es el dinero.
