Entre los muchos horrores que albergan las redes, existe un espacio que se pretende de debate, pero que dista menos de un circo. Un punto de reunión de los grandes éxitos de la posmodernidad, en la televisión pública y que hace las veces de trampa para pobres seres racionales.
El formato suele incorporar a cuatro tertulianos en la mesa y dos a distancia, segmentándose el debate con las preguntas de Inés Hernand, que poco modera y mucho interviene, como si de una tertuliana más se tratase. La correlación de fuerzas suele estar desproporcionadamente decantada en favor de la línea central del debate, que no es otra que más posmodernidad.
Lo que —en superficie— pudiera parecer una mesa de discusión con varios puntos de vista sobre una temática controvertida es, en realidad, la ratificación de una postura sesgada, del pensamiento único del sistema, si se prefiere. Un programa que, cuando se pregunta en directo si tiene ideología, se obtiene un “no” por respuesta. Nada más lejos de la realidad.
El debate
Para hablar de “políticas identitarias y lucha de clases”, la dirección del programa consideró adecuado tirar de lo personal, trayendo una ensalada de identidades —de raza o género— frente a los señoros, blancos y europeos que vienen a defender la lucha de clases. La misma dirección quiso que la correlación de fuerzas estuviera de parte, claramente, de una visión particular.
Así encontramos en la mesa a la afrofeminista Reha Xustina, acompañada de Noelia Cortés, como representante del pueblo gitano, y Samantha Hudson en calidad de queer. Lys Duval cierra el círculo desde la distancia, como viene siendo costumbre en Gen Playz. La macedonia identitaria está servida, y a naturaleza de estos homo twitterus con aires de grandeza, filósofes de apenas 20 años, aspirantes a antropóloga y mamarrachos de escenario garantiza un espacio decidido a socavar la razón.

Aquí se observa la catadura moral de una de las tertulianas. Noelia Cortés actualmente ha borrado el tuit en cuestión.
El racionalismo lo aportan a la mesa el periodista Julio Llorente y Guillermo del Valle, quien ya visitó antes el programa, también como representante de la razón, junto a Fermín Turia en el debate sobre la “dictadura progre”. El eje obrerista, como se les calificará en el programa, vendría a desenmascarar a los personajes que esconden reacción tras un velo de inclusividad y diversidad.
El circo
La pregunta que abre el debate —¿Qué son las políticas de identidad?— queda desde el inicio sin respuesta. El hábito de Lys Duval de dar rodeos interminables para eludir cuestiones fundamentales no florece sólo aquí, sino que se hace más evidente cuando le preguntan si prefiere a un rico trans o a un hombre blanco en la cola del paro. Por suerte, la negativa a responder esta pregunta es la más reveladora de las respuestas. ¿Qué postura se puede esperar de este personaje para con la lucha de clases?
La coherencia interna en el debate de las “adalides de las idpols” es inexistente. Resulta desconcertante ver a quien basa su existencia en construir «opresiómetros» apelar a olimpiadas de la opresión. La comprensión de las cuestiones identitarias como un bingo de opresiones es la naturaleza de estos movimientos, y en el debate no podía mostrarse de otra manera.
Parece que tu sueldo define si se es más o menos negra, olvidándose de que existen personas racializadas en puestos de responsabilidad y a la cabeza de gobiernos o grandes grupos corporativos. Como si ser negro fuera una cuestión de ingresos. Como si existieran escalas de negritud. Como si la clase se pudiera trazar sólo según color de piel. Pero para el homo twitterus esto suena espectacular.
La consideración del trabajador como el obrero blanco, de mono azul y entorno industrial resulta artificial hasta para los últimos 60 años de España. No es más que otro concepto importado de la cultura yanqui, al igual que la problemática racial de negros y blancos. España en su historia es fundamentalmente diferente de los Estados Unidos, y esto una afrofeminista lo debería de saber.
Destacable, aun así, es la concepción del trabajador como ese fenotipo específico, dando pie a que la desaparición del fenotipo marque la desaparición de la clase al completo. Es comprensible que Duval tire por estos derroteros, pues la cuestión de clase no deja de parecerle “supuesta” y evita el posicionamiento.

Para Lys Duval, la cuestión de clase es “supuesta”. Actualmente este tuit no está disponible.
El obrerismo como una identidad más no deja de cuadrar con la forma que tienen estos personajes, liberales en el fondo, de entender la sociedad. Se justifican así cuando dicen que son susceptibles de ser captados por otros identitarios, apelando a Vox y la ultraderecha. Se les olvida que es Vox quien apela —falsamente— a problemas de la clase trabajadora, mientras la izquierda ha abandonado la racionalidad y el materialismo y se ha lanzado a los brazos de la autoidentificación absoluta, de los sentimientos y de la irracionalidad.
Al mismo tiempo, se exigía más formación en materia de género o racial a esa clase trabajadora a la que se considera demasiado estúpida para comprender su opresión. Lo siento, pero no todo el mundo puede gastar 120 euros en cursos de deconstrucción y afrofeminismo.
La lluvia de falacias a lo largo del programa es interminable, con argumentos ad hominem para silenciar a Guillermo del Valle. Las acompañan falsas asociaciones y falacias de autoridad por parte de unas tertulianas que tienen poco que decir y muchos aires de grandeza.
El clímax del surrealismo se alcanza con la denuncia de un “exceso de razón”, y sandeces varias como que la raza y el concepto de mujer son creados por el capitalismo. En las paredes del debate resonaba como un eco irracional la versión woke del ¡Muera la inteligencia! Uno esperaría que Samantha Hudson conociera el origen del patriarcado, pero ni siquiera tenemos eso.
La intentona de fusionar marxismo y teoría queer refleja una comprensión nula de la teoría marxista, como si se pudiese sincretizar materialismo e idealismo. Como si la lucha de clases contemplara sólo al hombre trabajador, y no a la mujer trabajadora en calidad de iguales.
El cierre no podía ser menos lamentable. Una moderadora jamás debe permitir que un tertuliano trate con inferioridad a otro, y esto es exactamente lo que hizo Noelia Cortés con Guillermo del Valle. Da la sensación de que él no iba al programa a debatir, sino a sentarse y escuchar, y ése es el mensaje que se manda desde el programa.
Se le recrimina su condición de hombre blanco y sus estudios, además de un supuesto lenguaje academicista, idéntico no obstante al de Duval, a quien no se recriminó nada. Porque lo que duele era el contenido racional y analítico de sus palabras y no la forma en sí. Curiosa la situación de quien no comprende lo que es la explotación asalariada, pero se maneja con soltura con términos como genderfluid y similares.
Gen Playz: espacio de debacle
La twitterización de los espacios nos deja caras de asco, gestos despectivos y burlas que hacen gala de un egocentrismo repugnante, apelando a la inmadurez de quien no se reconoce más que a sí mismo. El trato condescendiente pretende dejar claro que nadie debe poder hablar de un tema más que en calidad de sufridor, dando muerte a la razón de forma definitiva en pos del imperio de los sentimientos.
El fin es colar con embudo toda una sarta de contradicciones e idealismos importados sin mayor resistencia. Los intentos de cuestionar la validez de las políticas identitarias fueron barridos por tertulianas y moderadora. No había espacio para la crítica, pues la superficialidad y la apología de la mediocridad lo habían ocupado todo.
Lo irónico es que en esta debacle, pues debate no se le puede llamar, quedó patente que las políticas de identidad llevan a la fragmentación más absoluta, no sólo de la cuestión de clase, sino de cualquier grupo social que se estudie. La atomización más neoliberal es el filo de la espada que divide a la clase obrera, y esta vez la hoja va pintada de rosa.
Gen Playz no es más que un espacio de linchamiento y desprestigio, donde los ponentes “ganadores”, hacen un alarde de superioridad moral e intelectual, si bien pecan de la más supina de las ignorancias y las desinformaciones.
Un caldo de cultivo perfecto y posmoderno, financiado con dinero público, para seguir haciendo girar la rueda del progresismo más vacío y desclasado a través de las palabras de personajes variopintos y consumibles, productos directos del sistema capitalista. La fragmentación de la clase trabajadora, si alguien tenía dudas, quedó consumada en este bochornoso circo de la identidad.