Desde que la Revolución de Octubre triunfó siempre se ha dicho que los bolcheviques son crueles bestias sin cultura, no más que monstruos que destruyen todo lo que ven a su paso. Para afirmar esto la burguesía y los secuaces a su servicio aducen todo tipo de tergiversaciones y medias verdades. La “censura” según ellos mató la originalidad y los autores solo podían hacer lo que Stalin quería.
Ante estas calumnias hay que analizar que pasó en la Unión Soviética, las campañas de alfabetización y el acceso a la cultura y a la técnica que obtuvieron. Como todo aspecto productivo de la sociedad la cultura en la época de Lenin y Stalin estaba al servicio del pueblo. Todo obrero y campesino tenía acceso a una variedad espectacular de producción artística, escritores, compositores, cineastas, danzarines, arquitectos… se contaban por cientos de miles.
Había misiones culturales en las que se proyectaban películas no solo en las grandes ciudades, sino en los lejanos pueblos gracias a la construcción de ferrocarriles. La apertura de más de 5500 teatros entre 1914 y 1921, abriéndose incluso en la lejana Rusia asiática confirman esta tendencia hacia la culturización. Teatros como el Mariinsky de Leningrado, antes reservado a la aristocracia, ahora se abrían a los atentos y emocionados obreros.
La “censura”
¿Por qué había censura cultural? ¿Solo pasa en países socialistas? La censura, al igual que la propaganda, no es algo bueno o malo per se, se debe analizar el contexto, la época, el lugar y las motivaciones. Es de un gran infantilismo denunciar que había censura en los países socialistas (países asediados por la reacción, con traidores y saboteadores, agresiones militares del capital nacional y extranjero…) cuando actualmente en España, Estados Unidos o Corea del Sur se censura a cantantes, autores o se ilegalizan partidos comunistas.
La labor de censura proveía en países socialistas impedir que el liberalismo presente en la sociedad volviera a arraigar, lo que podría hacer que la explotación del hombre por el hombre resurgiera. Solo se conoce que se censuraba, no obstante, no se conoce el porqué. En la mayoría de casos se hacía ver al autor que sus propuestas artísticas promovían el individualismo, en contra de lo colectivo y del pueblo. Únicamente secuestraban las obras o detenían a sus autores en supuestos extremos, normalmente por acciones contrarrevolucionarias mucho más graves que la simple “censura”.
La literatura y Stalin
Stalin, en su juventud más temprana, adquirió la costumbre de un Pope (cura ortodoxo) de leer libros con voracidad. En el seminario de Tblisi en el que estudiaba le pillaron en innumerables ocasiones con libros prohibidos que él llevaba atados debajo de la sotana. Uno de estos libros fue el Origen de las especies, que según él le hizo perder la fe. Posteriormente, iniciada ya su actividad política, la Ojrana le obligó al exilio en una aldea de Siberia, en la cual su actividad se veía obligada a la lectura (y la propaganda). Allí se hizo con un ejemplar de Historia del Estado Ruso que conservó hasta su muerte lleno de anotaciones.
En la biblioteca que confeccionó durante más de 40 años había unas 5000 obras tanto literarias, narrativa, historia, militar, tragedia, tanto rusa como extranjera, además seguía de cerca todo lo que se publicaba en la URSS. También apreciaba todos los libros marxistas, especialmente los de Engels y Lenin, los artículos de la Nueva Gaceta del Rhein y el Tretradka respectivamente eran sus favoritos.

La biblioteca de Stalin fue conservada en el Instituto de Marxismo-Leninismo en su mayoría, algunos libros y manuscritos se perdieron después del XX Congreso del PCUS
En 1934 el Comité Central dictaminó a petición de Stalin la creación de la Unión de Escritores Soviéticos, dirigida en un principio por uno de los mejores escritores de la URRS, Maksim Gorki, pionero del realismo socialista. Posteriormente fue Alexandr Fadéyev autor de La joven guardia y La derrota. Otra de las grandes obras fue Así se templó el acero todas ellas publicadas a millones, el pueblo soviético amaba las historias de amor.
La obra de Cervantes se incentivó mucho, El Quijote fue editado a tiradas de millones de ejemplares en las quince lenguas oficiales de la URSS. Tal fue el fervor por su obra que los niños rusos pensaban que Don Quijote era un bogatir (paladín ruso) y aún hoy El Quijote es mucho más leído en Rusia que en España.
Resulta de gran ignorancia suponer de Stalin que era un analfabeto sin capacidades para entender la cultura o que no entendía bien el ruso por ser georgiano (como hacía Trostski, infravaloración que le llevó a la catástrofe). El líder soviético era gran aficionado y con un gran nivel para la crítica a la literatura, la música y el teatro, afirmar lo contrario es difamar.
El realismo socialista
Tras la revolución los pintores y escultores vanguardistas se adhirieron a ella. Sus obras, en ocasiones, pecaban de soberbia al asegurar que ellos eran superiores a los dirigentes culturales del Partido y haciendo cuadros que obreros y campesinos no entendían, no por falta de conocimiento, sino por dejadez de los autores. Así pues, encontramos cuadros como Carga de Caballería Roja de Kazimir Malévich al quien el pueblo soviético decía con sorna que los caballos estaban volando.
Es con la creación de las diferentes Uniones de Artistas que comienza el llamado realismo socialista. Un ejemplo espectacular es la obra escultórica de El obrero y la koljosiana mostrada en la Exposición Universal de París o La llamada de la Madre Patria de más de 85 metros de altura.
Si queremos hablar de realismo socialista no podemos olvidar la arquitectura soviética, “las catedrales de Stalin” con la Universidad Estatal de Moscú y el Ministerio de Asuntos Exteriores a la cabeza. Pero más impresionante es el metro de Moscú, con capacidad para el transporte de miles de personas y ser un refugio antiaéreo.
Las estaciones no son claustrofóbicas como solemos ver en occidente; son grandes y luminosas, con murales que muestran la realidad soviética o esculturas que muestran a sus habitantes. De notable espectacularidad son la Komsomólskaya, con grandes columnas de mármol y mosaicos de Lenin dando un discurso, soldados soviéticos en el Reichstag y una mujer con la hoz y el martillo. Y “La plaza de la Revolución” del arquitecto A.N. Duskin, al lado del teatro Bolshói y, además de por sus lámparas colgantes, es conocida por las figuras escultóricas que representan a revolucionarios anónimos.

Escultura de Guardia Fronterizo en Plóschad Revolutsii. La tradición dice que los estudiantes que toquen el hocico del perro tendrán suerte en los exámenes, de ahí que reluzca
Conclusión
Durante décadas el realismo socialista y su variante arquitectónica (el brutalismo) fueron apartadas, por desconocimiento o por puro resentimiento, del considerado “arte auténtico” de occidente. Solo a partir de los años 80 fue rescatado y valorizado como corresponde, eso sí, arrancándole todo contenido revolucionario.
Lo que más perturba a los artistas y críticos burgueses es que más allá de sus ensoñaciones individuales de fama y prestigio, vivir del cuento y de las rentas, hay otra forma de concebir el arte. Un arte para la colectividad, un arte en el que cada trabajador se vea representado y pueda sentir como suyo, fuera de ínfulas y egos.
Ese es el legado del realismo socialista y de su principal impulsor, Stalin.