La semana pasada nos levantamos con la noticia de que la académica Mary Beard, famosa por sus investigaciones sobre el mundo romano, se jubila a finales de 2022. No así, lo verdaderamente llamativo es que va a donar su jubilación, de unos 93.000€, para la creación de una beca de estudio para dos estudiantes en Cambridge. Según afirma, el estudio de clásicas no puede quedarse en algo pijo y elevado.
Tanto la afirmación como su donación son parches que ponen de manifiesto la dramática realidad a la que se enfrentan los estudiantes y profesionales en materia humanística.
La precariedad en datos
Según la encuesta realizada en 2020, en 2019, la mayor tasa de paro de los graduados del curso 2013-2014 corresponde a los egresados de Artes y Humanidades, con un 13,4%. Analizando la tasa de actividad de los estudiantes de máster de ese mismo curso y esa misma rama, la tasa de paro es del 11,8%.
Dentro del paraguas de Artes y Humanidades, encontramos que, en 2019, la tasa de paro de titulaciones como Historia del Arte o Literatura se encontraban en el 16,6% y el 17,3%, respectivamente. Así mismo y encabezando la lista, la mayor tasa de paro correspondería a la titulación de Conservación y Restauración, con un 25,8%. Cifras llamativas, atendiendo al volumen de patrimonio cultural que España posee y que precisa de estudio, catalogación, protección y conservación preventiva.
Del mismo modo, los egresados de titulaciones humanísticas son los que menos cobran y los más insatisfechos tanto por la baja empleabilidad como por los bajos salarios. Así no sorprende que, en 2019, el 17,9% de los egresados en Literatura trabajase y viviese en el extranjero. Emigrar es una opción recurrente, siendo el destino estrella, en este caso, Reino Unido.
La precariedad en la calle
La realidad es que un porcentaje no nos dice nada. Si dejamos las estadísticas a un lado y salimos a la calle, el panorama que encontramos entre los estudiantes de esta rama de conocimiento es desolador.
¿De qué empleabilidad pueden gozar los estudiantes de grados universitarios que no plantean prácticas en sus currículos? Es el caso de, por ejemplo, aquellos que estudian Historia del Arte en la Universidad de Sevilla. Un grado conocido, efectivamente, por su baja empleabilidad. Pero cuando rascas la superficie, descubres que el grado en sí está planificado de modo que la opción más viable sea quedarse en la universidad como investigador y profesor —un mundo endogámico y constreñido— o seguir gastando dinero en formación complementaria para, con suerte, meter la cabeza en una empresa mínimamente relacionada con los estudios realizados.
Más allá de esas dos posibilidades, el panorama no pinta mejor. Por un lado, abundan las ofertas de empleo por parte de revistas faltos de redactores que pretenden tener a falsos autónomos que, con suerte, recibirán algún reconocimiento por lo escrito. Por otro, las archiconocidas empresas de free tour, famosas en ciudades como Sevilla y que representan una gran masa de inrregularidades. En el plano institucional, paradójicamente, las mismas autoridades que se dan golpes en el pecho con el patrimonio cultural español, son las primeras en poner a dedo a los encargados de proteger el patrimonio. Sin ir más lejos, así habría sido la campaña exprés de empleo público que la Junta de Andalucía habría lanzado en julio de 2020 en materia de Conservación del Patrimonio.
De nuevo, ¿qué empleabilidad puede tener alguien a quien le cierran todas las puertas en la cara?
Hubo mucha gente en redes que se ofendió de manera considerable ante la afirmación de Beard porque “ellos habían estudiado Filología (o cualquier otra carrera humanística) y no eran unos pijos”. Nada más lejos de la realidad, es completamente simplista afirmar que estudiar un grado en materia humanística o artística te hace “pijo”, pero sería ingenuo no reconocer que es una formación que se beneficia de tener un colchón económico. Un hijo de obrero que quiera dedicarse a la investigación, lo tendrá diez veces más complicado que alguien proveniente de una familia acaudalada
Dedicarse a la investigación humanística es casi un lujo. La beca que Mary Beard ofrece es una prueba de cómo la dedicación a estas materias se acaba restringiendo a los bolsillos que puedan costear vivir entre libros, congresos y conferencias. La necesidad de subsistir con becas y residencias de investigación se vuelve inherente a la formación humanística del obrero, siendo que el futuro que le augura es, cuanto menos, precario y desolador.
