El pasado martes 20 de abril, Dereck Chauvin, el policía que asesinó a George Floyd, ha sido condenado por los cargos de homicidio. El caso de George Floyd se viralizó y se hizo mundialmente famoso. El video de su muerte se difundió por internet, siendo ahogado por el policía en cuestión, que hincó la rodilla en su cuello hasta quitarle la vida.
A raíz de su muerte, se sucedieron protestas a nivel mundial, con especial agresividad y repercusión en Estados Unidos. Protestas que pronto fueron hegemonizadas y dirigidas por el movimiento “Black Live Matters”. En las protestas no se denunciaba un muerte en concreto, si no un “racismo sistemático” en los cuerpos policiales que, a este parecer, gozarían de impunidad para cometer crímenes raciales.
Si bien la brutalidad policial, y el racismo palpable en escándalos como los policías que forman parte del KKK, son reales. Queda demostrado que no lo es esa impunidad de la que acusan a los cuerpos represivos por crímenes raciales. Sin embargo, procede cuestionarse ¿Ha sido la presión la que ha garantizado la condena? ¿A que intereses responde que se aborden estas cuestiones ahora, y no en todas las agresiones racistas del pasado?
Son muchas las preguntas que uno se puede formular. Sea como fuere, la realidad es que Dereck Chauvin ya se encuentra condenado y detenido a espera de sentencia judicial. Ha sido retenido en una unidad de control administrativo de máxima seguridad, pues las autoridades consideran que su vida puede peligrar en la cárcel.
La condena a la que se enfrenta puede versar entre los 4 años (homicidio accidental) hasta los 40, por todos los agravantes que le piden (homicidio intencional, asesinato frente a menores, etc…). En unas 8 semanas, se ha comunicado que se pronunciará definitivamente su sentencia judicial.
Los familiares, así como activistas del movimiento Black Live Matters, celebraron efusivamente la condena en cuanto se hizo pública.
