Las conservas de pescado han sido una de las primeras (y escasas) actividades industriales a gran escala que se han desarrollado en territorio gallego, junto con los paños de lino. Su origen se remonta al siglo XIX de la mano de grandes industriales catalanes. Esto ha condicionado siempre el particular funcionamiento de este sector, siempre de gran combatividad. Tras el ingreso en la Unión Europea y la imposición a gran escala del consumo de drogas entre la juventud obrera, desde los 70 la costa gallega ha venido sufriendo una crisis casi estructural que se refleja en enormes tasas de emigración y la aceleración de la precarización de la reducida oferta laboral en la zona.
El pasado febrero se vivió uno de los últimos episodios de la ya acostumbrada uniteralidad de los sindicatos. Tras la convocatoria previa de una serie de movilizaciones para reivindicar un nuevo convenio en el sector conservero, el 17 de febrero de este año se firmaría entre la Patronal, UGT y CIG un “preacuerdo del Convenio Colectivo estatal de Conservas de Pescado” (todo esto antecedido por un anuncio de la Patronal de “lock-out” los días previos, una medida de presión más propia de los años 20 que de nuestros tiempos). El convenio recogía principalmente un aumento salarial para tratar de equipararlo con el IPC real, a lo que se sumaba un incremento del 0’3 por ciento anualmente. Sin embargo, una parte de CCOO decidió no firmar el convenio (ya que no se reconocía la equiparación salarial entre el grupo 5 y 6 y se dejaba la puerta abierta a mantener el trabajo los fines de semana y los festivos) y convocaba una huelga en Boiro el sábado 19 de febrero. Esa manifestación ya apuntaba a ser una mera teatralización por parte de CCOO, ya que previo al cortejo se pudieron observar bailes variados y escuchar canciones de Tanxungueiras (que pueden tener una gran calidad artística, pero no se entiende muy bien el intento de vincular el ambiente festivo con una manifestación de gente que lucha por el pan de su familia).
Lo que curiosamente no se vió mucho en Boiro fueron las “estreleiras” habituales, ya que la Confederación Intersindical Galega (vinculada ideológica y financieramente con el Bloque Nacionalista Gallego) había firmado el convenio. Así mismo, los delegados de CCOO no se cansaron de criticar el nuevo convenio, pero al mismo tiempo pedían “rectificar” a UGT y a la CIG.
Otro argumento muy recurrente en todos los comunicados y en la propia manifestación era la mención constante a una brecha salarial que supuestamente no se veía eliminada en el nuevo convenio (CCOO llegó a tildar de “machista el convenio”). Bien, antes de nada señalar que legalmente el distinto salario por mismo trabajo está prohibido, sumado a que comprobar estadísticamente si esa brecha existe es bastante difícil debido a la dificultad de acceso al conjunto total de la nómina de los trabajadores. Los propios sindicatos y organizaciones que braman contra esta brecha salarial no han aportado datos concluyentes.
Vicente Canet se adentra en el capítulo de la #igualdad, del que no se dice nada en convenios de #conservas de pescado y #elaborados mar > “Hay una brecha salarial y un techo de cristal como la copa de un pino” pic.twitter.com/nhImLmAcPt
— CCOO de Industria (@Industria_CCOO) September 25, 2019
Sin embargo, el eje de esta crítica se centraba en la diferencia que existía entre el grupo 5 (con un salario base real de 33’89 euros) y el grupo 6 (con 38,3 euros). La clave estaría en que el primer grupo estaría compuesto por maestras de sexo femenino. Esto nos lleva a preguntarnos sobre el análisis de los sindicatos, ¿esta desigualdad se debe al sexo de los trabajadores o es una maniobra para pagar menos a las profesiones más especializadas?. Tal como algunos trabajadores afirman (y la conducta de los sindicatos los abalan), lo más lógico nos lleva a pensar que este tipo de reivindicaciones se suelen hacer para evitar enfocarse en los problemas de verdad de los trabajadores, como las condiciones infrahumanas que tienen que soportar los trabajadores temporales de las conservas (que en la realidad son la mayoría de las plantillas y por lo tanto no les afecta el convenio sino la legislación laboral estándar).
Lo contradictorio de este discurso se ponía más evidencia cuanto más se contrastaba con la realidad, ya que por esas mismas fechas se había producido el naufragio del “Vila de Pitanxo”, integrado exclusivamente por hombres. Tanto estos como la lamentable situación de los trabajadores de las conservas son el reflejo de lo que supone la exacerbación de la división social del trabajo que produce el capital agonizante, y que hace que el discurso feminista de “guerra entre sexos” carezca de sentido, ya que ambos pueden estar explotados de distinta forma, pero la explotación sigue siendo la misma.