El 1 de junio se inició el nuevo modelo de facturación de la luz. Durante el pasado mes de mayo, desde su anuncio oficial, se produjo una gran polémica por la subida del precio de la electricidad, junto a un intrincado sistema de cobro, en el que se estipulan horas en las que se paga un máximo (hora punta), un precio medio (hora llano) y otras (las llamadas horas valle) en las que se pagaría un precio reducido.
La problemática aparece en el momento en el que las horas de mayor precio se corresponden con las de mayor demanda de electricidad. En los momentos en los que los electrodomésticos son mas utilizados, la factura aumentó drásticamente. En concreto, en los nueve días que pasaron de este mes de Junio, la factura de la luz ha ascendido un 42%, alcanzando los una media de 86 euros, frente a los 60 del mes pasado. Esta es la tercera más cara de la historia del país. La estrategia de poner la lavadora a horarios en los que saldría mucho mas rentable económicamente se ve ineficaz, ya que provoca una cantidad de decibelios que sobrepasa el máximo permitido.
El foco de atención se centró en hacer la colada o planchar la ropa, pero esto afecta de forma gravísima a los trabajadores en uno de los aspectos más fundamentales de su vida, el trabajo. Desde el inicio de la pandemia, el teletrabajo se convirtió en la norma debido a las restricciones, pero parece que tras el fin de esta situación y gracias a la tecnificación de ciertos sectores este se convertirá en la norma. Observamos que las horas punta y llanas van desde las ocho de la mañana hasta las doce de la noche, cubriendo así en su totalidad la jornada de trabajo. Por lo tanto esta teoría de consumir menos se vuelve incomprensible cuando un trabajador tiene que seguir su trabajo desde casa con un ordenador conectado a la corriente, con una luz encendida constantemente y con el gasto continuo de energía.
La ministra de Transición Ecológica y Reto Demográfico, Teresa Ribera, argumentó recientemente frente al Partido Popular que esta factura nos “beneficia a todos”.