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Bitcoin, la nueva burbuja virtual

Vivimos en un sistema económico en el que un tuit puede inflar el valor de mercado de unos activos, y otro tuit desinflarlos.

Después de dos crisis a las espaldas y nulas expectativas laborales, muchos se lanzan a la primera vía rápida de dinero que ven, y esto afecta especialmente a los jóvenes. En el mejor de los casos, son presa de estafas piramidales; en el peor, de prostitución encubierta y tráfico de drogas. Y entre unos y otros aparecen gurús del mercado y cachorrillos de Wall Street. Las finanzas se ponen de moda. Por si no bastaba con el mito del emprendimiento, trituradora de trabajadores en una guerra asimétrica con los monopolios dominantes, ahora hay que ver a hijos de la clase trabajadora caer en el pozo de las criptomonedas.

Generalmente, ésta ha sido una actividad que sólo realiza con éxito quien tiene el colchón patrimonial suficiente. En la actualidad, parece que la moda es tener una “mentalidad de tiburón” que lleva a ti y a tus amigos a perder un dinero que no se tiene en jugar a ser bróker. Y la reina en el país de los tuertos es la criptomoneda, y en especial, el Bitcoin.

La tramposa economía virtual

Pero ¿sobre qué se sustenta el Bitcoin? Allá por 2008, cuando estalló la burbuja del ladrillo y el capitalismo volvió a llevarnos a otras de sus crisis cíclicas, un grupo de visionarios decidió pasar de los activos materiales a los inmateriales. Nacían así elementos ahora en boca de todos, como el Bitcoin o los NFTs, tan abiertos a la especulación como cualquier otro activo, con la salvedad de que viven en la red y en memorias de ordenador.

Satoshi Nakamoto, el creador del Bitcoin, había concebido un híbrido entre la moneda fiduciaria y los objetos de lujo. Así, este token se puede utilizar en pago en algunos mercados, y a su vez es objeto de compraventa y especulación. Satoshi, en su analogía –inexacta– con el oro, creó un mecanismo por el cual se pueden “minar” bloques y obtener así bitcoins a través del blockchain.

No se debe creer, sin embargo, que se dejó todo a cargo de la “mano invisible”.  Satoshi introdujo restricciones en el mecanismo de la minería: la primera, que el número total de Bitcoin minados no podía exceder los 21 Millones de unidades. La segunda, que el número de tokens recompensa por minar un bloque se reduce a la mitad –a esto se le llama halving cada cuatro años. Esto significa que hay un límite temporal para la minería. Si consideramos que existen particiones de BTC, que llevan el nombre del propio creador, se comprende que el efecto del halving queda mitigado si la moneda sigue incrementando su presencia en el mercado.

La volatilidad de la moneda es otra realidad. Lo que en primera instancia puede parecer una tendencia creciente enmascara unos picos de precio destacables. Hace unos días se titulaba como “caída abrumadora” a la respuesta del BTC tras la última de Elon Musk. Y es que esta jugada es para analizarla por sí sola.

Hace apenas unos meses, la compañía Tesla, del multimillonario, adquiría BTC por valor de 1.500 millones de dólares. Al instante, publicó en sus redes sociales que la empresa aceptaría BTC como pago de sus coches. En consecuencia, el valor del Bitcoin se disparó ante la cantidad de gente que invertía pensando usarlo para tal fin. Ahora, cuando el sujeto ha considerado oportuno, ha vendido sus activos virtuales, y como colofón, ha vuelto a anunciar en redes sociales que Tesla no aceptará más BTC como moneda de pago. La caída de la criptomoneda ha sido tan acelerada como su subida.

Vivimos en un sistema económico en el que un tuit puede inflar el valor de mercado de unos activos, y otro tuit desinflarlos. Otro ejemplo de la capacidad del mercado para autorregularse, siempre, siguiendo los intereses de unos pocos. Es, además, intrínseco a la naturaleza especulativa de la moneda que no es un juego al que pueden ganar todos. El éxito es, siempre, a costa de la miseria ajena, en un océano donde nadan corporaciones y millonarios que aplastan sin el menor reparo a los demás participantes.

Efectos secundarios

Si se ha notado una escasez de tarjetas gráficas últimamente, no es casualidad. El blockchain y la minería requieren de GPUs para realizar millones de microtransacciones y tareas simples como vía hacia el enriquecimiento. Existen auténticas granjas de computadores, funcionando 24 horas al día hasta el fallo para obtener criptomonedas. Esto ha levantado alarmas medioambientales, pues el grado de contaminación asociado a las criptomonedas, y al BTC en particular, excede con creces a la contaminación de cualquier moneda fiduciaria si se hace una comparativa de escala.

Desde China hasta Riot Blockchain se han subido a la locomotora de la contaminación masiva y el despilfarro de recursos. Una producción orientada a una actividad tan sucia e improductiva como es la extracción de criptomonedas es la materialización de una desigualdad y una anarquía productiva cada vez más patentes en el capitalismo. Es una economía al servicio de la minería virtual para el enriquecimiento de unos pocos, cuyos productos añadidos son contaminación y desigualdad.

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