Entre 1933 y 1935, Víctor Klemperer escribe La lengua del Tercer Reich (1947) para evidenciar que el uso de una neolengua es el detonante que demuestra la sumisión de la población germana a la parafernalia ideológica del III Reich. Sugiere también que el cuestionamiento de ciertas palabras de moda anuncia el inicio de cierta subversión dentro del propio régimen nazi, aunque nada comparable a la posterior entrada rusa en Berlín.
La cuestión es que este intelectual que se integra posteriormente en la RDA es uno de los primeros en remarcar la importancia de la neolengua como instrumento de manipulación: de derecha a izquierda, la neolengua invita al ciudadano a que utilice ciertas palabras para acceder a una cosmovisión que le haga sentirse propietario de un análisis científico de la realidad. Por supuesto, esto es una falacia porque la neolengua no es más que otro producto más de la lógica del mercado capitalista: de la misma manera que se puede optar entre Coca Cola u Pepsi, entre derecha e izquierda, entre pantalones campana o de pitillo, también puedes elegir entre diferentes códigos lingüísticos. Son una herramienta más del capitalismo para generar entre sus acólitos una cierta imagen de militancia de algo. Yo hablaría incluso de formatos estandarizados de neolenguas en medio Occidente capitalista y globalizado, pero, voy a referirme solamente al español: por ejemplo, palabras como golpista, separatista, bolivariano, comunista, populista, mena, okupa permiten al “cuñado” de toda la vida retrotraerse a un imaginario nacional bélico donde España es asediada por los rojos y separatistas. Otras como resiliencia, reinventarse, autónomo, emprendimiento, patriota, satisfacen los gustos del ciudadano más desdeñoso con la política y plenamente volcado hacia el enfoque económico como pieza sustancial para explicarse el futuro del país. Los problemas políticos de España se resuelven con una nación de autónomos y de pymes donde los españoletes se reinventan una y otra vez para salvar los escollos de su vida al margen de las trabas burocráticas y mercantiles que le ponga ese Estado que regala subsidios.
La irrealidad de esta neolengua contrasta con los datos estructurales de desempleo, emigración juvenil o aumento de la precariedad que marcan el capitalismo español de los últimos decenios. Algo similar ocurre con los que viven dentro de algún cuadro de los tercios de Flandes de Velázquez. La neolengua abstrae a su propietario de cualquier análisis riguroso de la realidad basándose en datos exclusivamente materiales. Una tercera neolengua (la más publicitada por el establishment actual) es la que tiene que ver con esa progresía internacional que se vendió hace tiempo al capital internacional y que sustituye solidas tradiciones intelectuales por otras que promulgan términos como no-binario, lgtbifobia, sostenibilidad, interculturalidad, visibilidad lésbica, plan de la dinamización de la empleabilidad, solución habitacional. Esta neolengua es rica en términos puramente individualistas y narcisistas que revelan su extremo cariz neoliberal y que huyen de enfoques globales y estructurales. Su epicentro es el triunfo de los Bill Clinton o Barack Obama que impulsan un ideario progresista de corte posmoderno donde se celebra la diversidad multicultural y los derechos de las minorías al mismo tiempo que se entrega el poder económico a la banca, a la desregulación de las finanzas y a la liberalización del mercado. Los demócratas sustituyen su alianza tradicional con las clases medias, los obreros sindicalizados o los afroamericanos por una izquierda new age de emprendedores suburbanitas (Sillicon Valley) que identifican la total flexibilidad del mercado con la culminación de no sé que libertad individual. En un texto reciente, Neoliberalismo como Teología Política (2020), José Luís Villacañas advierte de la necesidad de percibir el neoliberalismo no tanto como una simple racionalidad económica post capitalista sino, más bien, como el último golpe del capitalismo para consagrase como una teología política que, parafraseando a Margaret Thatcher, tiene sólo el método de económico porque el objetivo es el alma.
Atrás queda cualquier resquicio comunitario del ordo liberalismo; lo importante es salvar a los más aptos o los que, en neolengua neoliberal, tienen la capacidad de gobernarse a sí mismos. Casualidad que sean los Roig, Ortega o Escotet que concentran un patrimonio de casi 80.000 millones de euros en España. Entre ellos y la clase trabajadora, una caterva de políticos a la que amamantan para divida, fragmente, alienar y separar al subalterno de la verdadera conciencia de clase que le lleve a culminar una revolución que todavía sigue pendiente.