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Opinión

Sobre cierta progresía intelectual en los EEUU

Son múltiples las maneras de la intelligentsia norteamericana para bombardearnos  con estereotipos sobre su país como la tierra de los sueños, la libertad, y la autorrealización personal mediante un enriquecimiento material en forma de acumulación masiva de tarjetas de crédito y de bienes de consumo. La expresión acuñada por Walt Disney, “where dreams come true” ( donde los sueños se hacen realidad), es aplicable a la historia de un paria de la tierra ( ya sea latino, negro, blanco) contando su historia de éxito y lo mucho que le debe a América y a sus múltiples denominadores comunes: home of brave (casa de los valientes), land of free (tierra de libertad) o el todavía más rimbombante beacon of hope (faro de esperanza). Con este último apelativo, uno evoca esa estatua de la libertad que los norteamericanos sitúan estratégicamente al sur de la isla de Manhattan como primer punto a divisar por las masas de emigrantes que arriban en oleadas desde la segunda mitad del siglo XIX (noreuropeos, asiáticos, italianos, latinoamericanos). Todos estos seres humanos atracan en tierra firme persiguiendo el mismo señuelo del enriquecimiento prematuro que les redima de las penalidades que padecen en sus tierras de origen. Vienen sin nada y con unos valores culturales muy diferentes de los que el capitalismo norteamericano terminará por imbuirles en cuanto se integren dentro de su maquinaria ideológica. Acabarán celebrando el Día de Acción de Gracias, el día del  soldado veterano, el día de Martín Luther King y el Labor Day ( el día del trabajo)  (5 de septiembre) en oposición al 1 de mayo. Pensarán que viven en la sociedad más avanzada del mundo y en la que más oportunidades ofrece a sus ciudadanos. También en la más justa porque todo es fruto del trabajo individual y en nada influyen las sangrantes estadísticas que sitúan a Estados Unidos por debajo de algunas repúblicas centro africanas en desnutrición infantil o infraestructuras públicas. 

Por suerte, este relato fundacional de cuño capitalista está ya siendo cuestionado desde sectores de la academia norteamericana  (véase, por ejemplo, el ensayo The White Trash (2020) de la historiadora Nancy Isenberg) pero, paradójicamente, no desde el empuje transformador de una de las últimas minorías en llegar ( la latina) y que tanto pavor despierta en ciertos sectores de la sociedad norteamericana. La intelectualidad latina ha alcanzado cotas de influencia importantes en la academia norteamericana pero no tanto por producir un discurso intelectual antimperialista y anticapitalista en consonancia con su reciente legado revolucionario donde el imperialismo colonizador de Estados Unidos ha sido su principal antagonista histórico. Por el contrario, algunos de sus intelectuales han preferido formar parte del lenguaje posmoderno de esta nueva vanguardia intelectual norteamericana que pasa de largo por las cuestiones materiales derivadas de la evolución del capitalismo y que prefiere enfundarse en otro tipo de problemáticas de distinción étnica o sexual que, generalmente, no implican ninguna transformación revolucionaria y que se constituyen en discursos ideológicos más orientados a la mera promoción del intelectual en cuestión. Algunos de estos intelectuales latinos han conseguido ya la ansiada tarjeta verde de residencia (green card) y dicen no haber olvidado sus orígenes, pero ya celebran barbacoas en barrios residenciales gringos, siguen a algún equipo de fútbol americano y generalmente ni se percatan de los vínculos patrios que les unen con el subalterno que les atiende en la gasolinera o en el supermercado. Domina el mercado académico y presumen de conciencia social, pero reniegan de cualquier óptica materialista para explicarse ya no sólo el sistema económico norteamericano sino también el de su propio país de origen. Se llaman intelectuales con vocación socialista, pero manifiestan poco interés en asumir un rol de liderazgo y de instrucción marxista para con esos operarios de la universidad con los que comparten espacios de trabajo (cocineros, limpiadores, subalternos). Nada de despertar en ellos algún tipo de conciencia de clase o de simple defensa de algunos derechos laborales elementales. Esta minoría intelectual prefiere redimir su culpa solidarizándose con causas lejanas y muy alejadas de su privilegiada situación económica. El veganismo u el ecologismo se ofrecen como soluciones inmediatas y cercanas, pero también el lamento plañidero en congresos varios sobre los millones de indocumentados que transitan el corredor americano para entrar en Estados Unidos por su frontera sur. Esos mismos indocumentados de los que se erigen en portadores intelectuales en los simposios universitarios, pero a los que después ignoran en su vida cotidiana cuando les sirven la comida o les atienden en los comercios sabiendo perfectamente que muchos de ellos son indocumentados. Nancy Fraser considera a este tipo de intelectualidad como la firme representante de ese neoliberalismo progresista que lleva a Obama al poder y que inaugura una alianza duradera con ese capitalismo globalista que transige con los LGBTQ, los antirracistas, los multiculturalistas. Al margen de este pacto se queda cualquier crítica sistemática y material del capitalismo que había caracterizado a gran parte de la intelectualidad europea y americana posterior a la II Guerra Mundial. Huérfanas quedan también las amplias masas de trabajadores de Pennsylvania, Michigan, Ohio, que viran ahora hacia opciones reaccionarias y nativistas ante el abandono de los burócratas de Washington. Un año después del triunfo electoral de Biden, Donald Trump ya le supera en las encuestas y el país será bilingüe en menos de tres décadas. La natalidad latina triplica a lo anglosajona y es cuestión de tiempo que la comunidad latina acceda a esferas de poder económico y político allende de la universidad colocando un presidente en la Casa Blanca muy a pesar de las rabietas de la alt-right  y del trumpismo.  La Historia no se detiene y Trump lo sabe, pero lo que quiere es ganar elecciones y estas se ganan construyendo discursos de mayorías y no de minorías. La comunidad latina puede suponer una amenaza real para el establishment norteamericano más allá de los vaivenes políticos, pero, por desgracia, algunos de sus intelectuales no tienen ningún interés en convertirse en el motor histórico que impulse en Norteamérica los sueños anti imperialistas, anti capitalistas y descolonizadores que muchas veces soñaron para sus propias naciones de origen. 

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